Bienvenidos a una nueva entrega de ¿Sabías qué? Esta semana voy a hablaros de un tema que seguro que os va a gustar. Seguiremos en la antigua Roma porque sé que os encanta. Pero en lugar de hablar de las legiones, lo voy a hacer de un tema un poco diferente: de Tito y los últimos días de Pompeya. No me refiero a la novela, tampoco a la película ni a la serie. Sino a un detallado artículo sobre el fatal destino de la ciudad y sobre la situación del Imperio en aquel momento.
El Imperio en tiempos de la erupción
Por ello, para antes de entrar en el tema en cuestión, os situaré en los tiempos en los que ocurrió la famosa erupción del Vesubio. Por aquel entonces, el Imperio romano estaba regido por Tito Flavio Sabino Vespasiano. Vamos Tito para los amigos. Este emperador era el hijo mayor del emperador Vespasiano. Los Flavios gobernaron el Imperio entre los años 69 al 96 d. C. Cómo veis es curioso que sea un número capicúa.

Sobre Tito, podríamos decir que fue conocido por ser un buen emperador. Imagino que eso se debe en gran medida al hecho de que su reinado fue más breve de lo esperado. Y es que el pobre gobernó muy poco tiempo, tan sólo desde julio del 79 hasta septiembre del 81 d. C.
En cuanto a su carrera militar hay constancia de que ejerció como tribuno en Germania Inferior entre los años 57 y 59 d. C. Posteriormente fue enviado a la provincia de Britania en el año 60 d. C. para seguir sirviendo en las legiones. Tito se casó dos veces, la primera en el 62 con Arrecina Tértula, aunque la mujer murió al cabo de poco. Inmediatamente después se casó de nuevo con Marcia Furnila, una mujer de familia noble.
Detalles sobre su carrera
Parece ser que la familia de su segunda esposa estuvo vinculada a la conspiración de Pisón del año 65 para acabar con Nerón. Tito se vio obligado a divorciarse de su esposa, imagino que para no salir mal parado o para que lo vincularan a ella. En ese tiempo ejerció la magistratura de cuestor en Roma.
Pero el episodio más relevante de su carrera militar fue sin duda el de la toma de Jerusalén en el año 70 d. C. La acción tuvo lugar en el marco de la llamada gran revuelta judía del año 66. Para saber más sobre ella podéis consultar mi artículo: La Gran Revuelta judía del año 66 d. C.
Tito acompañó a su padre como legado a partir del año 67 d. C., cuando Nerón le encargó dirigir o reconducir la situación. Al año siguiente, el emperador se quitó la vida. Y como ya sabréis Vespasiano participó como candidato al trono en aquel largo y entramado período conocido como el año de los cuatro emperadores.
Desenlace de la guerra y triunfo de Tito
Vespasiano se tuvo que encargar de afianzar su candidatura, así que delegó en Tito la finalización de la guerra contra los judíos. La campaña estaba en su fase final, las legiones ya se encontraban asediando la ciudad de Jerusalén.

Fueron sus tropas las que tras varios asaltos infructuosos llegaron hasta el mismo templo de la ciudad. Tras una dura lucha, lo quemaron hasta los cimientos y lo saquearon. Debemos decir que el propio Tito trató de frenar a los suyos. Pero ya sabéis lo que pasa… En el fragor de la batalla y el saqueo cuando se presenta una oportunidad de llenarte las sacas, la gente no está para órdenes.
En cualquier caso, su victoria contra los judíos fue recompensada al más puro estilo romano: con un triunfo en la capital. Fue ofrecido por su propio padre, que por aquel entonces era ya el emperador. Pudo pasear por las calles de Roma en su compañía y en la de su hermano, abriendo una larga procesión de tesoros y prisioneros de guerra.
Además, en su memoria, su hermano menor y sucesor, Domiciano, hizo erigir el arco que llevaba su nombre. Actualmente se puede visitar en el sureste del foro de Roma, en lo que era la Vía sacra. Sin duda una obra arquitectónica que no podéis dejar de visitar si vais a visitar la ciudad eterna.
Líos de faldas
Tras su flamante victoria, Tito fue nombrado prefecto del pretorio por su padre. Eso generó cierto malestar entre sus conciudadanos ya que vieron cierto nepotismo en tal acción. Aunque uno de los capítulos más oscuros de su corta vida fue el romance que mantuvo con Berenice. Esta era una princesa judía, que a la postre era hija de Herodes Agripa. Sobre ella y su vida, los autores clásicos hablaron mucho y mal, hasta el punto que Tito tuvo que renunciar a ella y alejarla de Roma.
Y es que el pueblo de Roma no veía con buenos ojos a una reina oriental cerca del sucesor del emperador. Véase el ejemplo de la misma Cleopatra y su intentó de que su hijo fuera heredero del propio César. Así, cuando Tito sucedió a su padre, Berenice regresó a Roma con esperanza de ser aceptada. Pero nada más lejos de la realidad, y es que el ya emperador la rechazó otra vez. Por mucho que él la amara, su cargo estaba por encima de lo personal.
También hizo cosas buenas
En su breve reinado, Tito fue considerado un buen emperador. Al menos por Suetonio y muchos de los clásicos de su tiempo. Aunque el hecho de no disponer de mucho tiempo no le permitió demostrar casi nada, ni lo bueno ni tampoco lo malo. Fue él quien terminó la construcción del anfiteatro Flavio, el conocido como Colosseo.
También ordenó que se acabaran los juicios por traición, una medida que sin duda le hizo muy popular. Y es que durante su corto reinado ningún senador fue asesinado. Relacionado con el asunto que estoy tratando en artículo, se mostró más que generoso con las víctimas de la erupción del Vesubio. Pero no sólo con ellas, sino que también con las del gran incendio que sufrió Roma en el año 80 d. C.
En ese incendio del que no se habla tanto, muchos edificios emblemáticos de la ciudad fueron afectados por el fuego. Hay que destacar el Panteón, el templo de Júpiter o la Saepta Julia.
Pompeya y el Vesubio
Y ya que ha salido el tema de las catástrofes que tuvieron lugar en su gobierno, vayamos a la más destacada. Sin duda la erupción del Vesubio fue uno de los episodios más trágicos del gobierno de Tito. Pero es de ley destacar en este apartado que Pompeya fue tan sólo una de las ciudades afectadas por el desastre natural.

Las mismas consecuencias las sufrieron Herculano, que estaba incluso más cerca de las faldas del volcán, y Stabia, que estaba a corta distancia de Pompeya, tal vez a unos dieciséis kilómetros.
En cuanto a la datación del desastre siempre se había pensado que tuvo lugar en agosto del 79. Aunque investigaciones recientes, basadas varias cartas de Plinio el Joven lo sitúan más bien entre el 24 y el 26 de octubre del mismo año. Este cambio de fechas se debe a un error en la traducción de las misivas del erudito enviadas a su colega Tácito en Roma.
Preludios del desastre
Los ciudadanos de Pompeya estaban más que acostumbrados a los pequeños terremotos. Esos temblores formaban parte de su día a día. Varios días antes de que el volcán entrara en erupción, la tierra comenzó a avisar. No eran avisos normales, sino que la intensidad dejaba entrever que algo malo podía ocurrir. Pese a eso, no todos los habitantes de Pompeya decidieron abandonar la ciudad. Muchos se negaron a abandonar la ciudad alegando que no sucedería nada grave.
Esa no era la primera vez que se producía un terremoto de gran magnitud. Y es que tan sólo unos años antes, el 5 de febrero del 62 se produjo uno de intensidad entre 5 y 6. Afectó severamente a la ciudad de Pompeya y también a la de Herculano. Otras ciudades cercanas como Neapolis o Nocera también se vieron afectadas, aunque en menor grado. Sin duda, ese desastre natural podía ser un aviso de que el Vesubio entraba en una fase de actividad.

Pero los romanos de esos tiempos, quizás no supieran que el Vesubio era un volcán. Pensaban que era un simple monte. Debemos tener en cuenta que el conocimiento geológico escaso de entonces. Además, si lo hubieran sabido, quiero imaginar que no se habría quedado nadie en la ciudad.
La erupción del 79
Pero entremos ya en los detalles de la catástrofe. Antes de nada por eso quisiera aclarar que la ciudad no fue destruida por los terremotos previos a la erupción. Los daños más graves se produjeron al mediodía de la fatídica jornada. Y estos tuvieron lugar cuando una lluvia de fragmentos de piedra pómez y piedra volcánica emergió del Vesubio. El volcán comenzó a arrojar infinidad de estas piedras.
Esta comenzó a destruir los techos de las casas y comenzó a provocar las primeras muertes por derrumbe. Imagino que fue entonces cuando la gente se tomó en serio la amenaza y comenzó a plantearse la huida. Aunque la cosa se complicó porque esas rocas cada vez eran más grandes y evidentemente podían matar a una persona por la fuerza con la que caían.
La imagen de la montaña escupiendo una nube de humo de kilómetros de altura debió ser espantosa. Eso fue lo siguiente que ocurrió. Al menos así lo definió Plinio, que estaba en Miseno, al otro lado de la bahía de Nápoles, a unos treinta kilómetros de Pompeya.
Operación de rescate
Su tío, Plinio el Viejo, estaba a cargo de la flota acantonada en la base naval de la ciudad. Cuando se dio cuenta del peligro que corrían los habitantes de las ciudades colindantes, ordenó preparar las naves. Organizó una operación para intentar rescatarlos por mar. Aunque si hubiera sabido que esa era una tarea imposible, se habría quedado donde estaba. Incluso él se convirtió en una víctima más de la catástrofe natural.
Mientras tanto en Pompeya, sus habitantes quedaron atrapados en las casas. Y es que tras varias horas lloviendo piedras, cada vez más gruesas, la evacuación era casi imposible. Muchos se refugiaron debajo de escaleras, o en sótanos para evitar ser aplastados por los derrumbes.
De las piedras al calor
Aunque lo único que hicieron fue alargar la agonía, ya que su destino estaba escrito. Tras las lluvias incesantes, llegaron las nubes de polvo y vapores. Los datos de los geólogos modernos afirman que se iniciaron mediante oleadas. Estas se deslizaron por las laderas del volcán a una velocidad de más de cien kilómetros por hora. Además, eran muy altas, por lo que fueron arrasando todo lo que hallaban a su paso.
Pero lo peor de todo era la temperatura de estas. Se cree que superaban los trescientos grados centígrados. Las primeras, según estudios de estratos, fueron frenadas por la muralla norte de la ciudad. Pero las de la mañana siguiente, que fueron mucho más violentas, las superaron sin mayor dificultad y entraron en la ciudad.
Estas fueron las que acabaron con los supervivientes de la lluvia de piedras. Tradicionalmente se había creído que los pompeyanos que quedaban aún con vida murieron ahogados por los vapores. Nada más lejos de la realidad, lo hicieron a causa de las altas temperaturas de esas olas. Por suerte para ellos no les dio ni tiempo de gritar. Perecieron en una fracción de segundo por las altas temperaturas. Los expertos las comparan con una explosión nuclear.
El fatal destino de Pompeya
Tras dos días de lluvia de piedras y cenizas, la ciudad quedó sepultada bajo cinco metros de estrato. Plinio el Viejo, que había tenido que dirigirse a Stabia ante la imposibilidad de ir hasta la costa cerca de Pompeya, también pasó a mejor vida.
Según los estudios arqueológicos actuales, perecieron entre dos y tres mil pompeyanos en aquel desastre. De una población que rondaría quizás los quince o veinte mil. El desastre podía haber sido peor sin duda, pero se perdieron demasiadas vidas.
La ciudad quedó sepultada completamente y se perdió en el olvido. No fue hasta el año 1748, cuando unos obreros que reparaban unas cañerías de una planta de producción de trigo dieron con algunos restos. Fue entonces cuando se iniciaron las excavaciones arqueológicas para desenterrar la antigua ciudad romana.
La otrora opulenta y magnifica Pompeya, fue borrada del mapa junto a Herculano y Stabia. Sin duda ese fue uno de los episodios más trágicos a los que tuvo que hacer frente Tito en su corto gobierno.
Volviendo a Tito
No voy a hablaros sobre el otro gran desastre de su gobierno, el incendio de Roma del año 80 d. C. Si queréis saber más, os remito al artículo escrito por Federico Romero Díaz en su blog Historia y Roma antigua. El título es: Año 80 d. C., el otro gran incendio de Roma. Allí encontraréis una explicación muy detallada de lo acontecido que estoy convencido de que os gustará.
Pero volvamos de nuevo a Tito, que lo habíamos dejado un poco de lado para hablar de Pompeya. El emperador tuvo la mala fortuna de tener que hacer frente a situaciones críticas. Aunque como habéis visto, lo hizo francamente bien. Dentro de sus posibilidades claro. Fue una lástima que no dispusiera de más tiempo para demostrar su valía, porque según las fuentes escritas del momento apuntaba maneras.
Sabemos que designó a dos antiguos cónsules para que se encargaran de las tareas de reconstrucción de Pompeya y Herculano. Aunque poco se pudo hacer por las ciudades que como os he contado, quedaron sepultadas bajo toneladas de piedra y ceniza.
Lo que sí que hizo fue donar una gran cantidad de monedas del tesoro imperial para ayudar a las víctimas del desastre. Imaginad que todos los que lograron sobrevivir se quedaron sin nada. No había ciudades ni casas a las que regresar y habían perdido todas las propiedades.
Algunos contratiempos más
Pero la erupción del Vesubio y el incendio de Roma no fueron los únicos contratiempos a los que tuvo que hacer frente. También hubo tiempo para una revuelta.

En este caso fue la de Terencio Máximo, uno de los llamados falsos Nerones. Estos hombres, que fueron varios, surgieron algún tiempo después de la muerte del emperador. Todos ellos dijeron ser el propio emperador o al menos su reencarnación. Obviamente supusieron un contratiempo para los Flavios, ya que reclamaban el trono imperial.
Según dijo Dion Casio, este personajillo, Terencio Máximo incluso se parecía a Nerón físicamente. Pero además, incluso tocaba la lira. Por su bien, esperamos que lo hiciera mejor que el original.
Una muerte temprana
Con ello llegamos a la fecha fatídica del 13 d septiembre del 81 d. C. Nuestro breve y querido Tito falleció a causa de unas fiebres. Esa es la teoría más aceptada sin duda. Aunque las malas lenguas insinuaron que el que se encargó de enviarle a la otra vida fue Domiciano.
Este, había estado siempre a su sombra y quizás quiso deshacerse de su hermano por lo popular que era. Y es que la envidia es muy mala como ya sabréis. Ha algo que podría ratificar la teoría del asesinato, o por lo menos de la intervención de Domiciano. Y es que tiempo antes de su muerte, Tito tuvo noticias de que se hermano conspiraba para matarle. Pero parece ser que rechazó la opción de desterrarlo o asesinarlo.
Si de verdad sabía de sus planes, no hay duda de que cometió un crasso error al no tomar cartas en el asunto. Aunque su reacción también nos da una pista de que realmente sí que era un buen hombre. El Imperio perdió a un gobernante que prometía, y se quedó con otro que fue conocido por un reinado que dejó mucho que desear.
Cómo todos sabréis el propio Domiciano le sucedió en el trono y su primer gesto fue deificar la figura de su hermano… ¿Remordimientos de conciencia tal vez?
El Talmud y la muerte de Tito
En este punto os quiero destacar otra teoría más extraña sobre la muerte de Tito que la del asesinato por parte de su hermano. Y es que el Talmud, la gran recopilación de leyes, tradiciones, costumbres,… de la religión judía, nos da otra versión. Según esta, en su estancia en Jerusalén, un insecto se le introdujo a Tito por la nariz y se alojó en su cerebro durante siete años.

Eso le causaba fuertes dolores de cabeza y le hacía sufrir muchísimo. De casualidad, el romano sintió alivio cuando un herrero comenzó a dar golpes de martillo a un yunque. El emperador contrató a varios herreros para que se pasaran el día golpeando el yunque y aliviar de esa manera su dolencia.
Aunque parece ser que le fue bien, el insecto continuó estando en su cabeza hasta que al final falleció. Cuando el emperador murió, abrieron su cráneo. Aunque no hay constancia de que se hicieran autopsias en aquellos tiempos. Igualmente, el resultado fue que en el interior de este, encontraron ese insecto. Y según el relato, había crecido hasta tener el tamaño de un pájaro.
Según el Talmud esa había sido la venganza divina por lo acontecido en Jerusalén y la quema y saqueo del templo. ¿Vosotros os lo creéis?
Hasta aquí la entrada de esta semana. Espero que os haya gustado y os emplazo a la siguiente. Un saludo a todos.
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