Bienvenidos, hoy os voy a hablar sobre un personaje de la antigüedad que quizás no conozcáis. Este jugó un papel muy destacado en la resistencia contra la República romana de principios del siglo I a. C. No fue un enemigo al uso, y supuso un engorro para los romanos. Me estoy refiriendo ni más ni menos que a Mitrídates del Ponto la espina de Roma.
¿Y que era el Ponto os estaréis preguntando? Pues un reino helenístico situado en la orilla sur del Mar Negro (al que los griegos llamaban el Ponto Euxino o mar profundo) y que se iría expandiendo a lo largo del mandato de este rey. La siguiente pregunta que os vendrá a la cabeza seguro que es acerca de la figura de Mitrídates.
Mitrídates y su reino del Ponto
Pues hablemos un poco sobre este personaje. Su venida al mundo coincidió con la aparición en el cielo de un cometa en forma de espada. Él mismo sabría sacar provecho del episodio alegando que era un buen augurio y representaba la esperanza. Aunque para los romanos ese hecho significaba lo contrario, un mal augurio. Aunque eso a él imaginamos que le importaba bien poco.
La saga dinástica a la que pertenecía el rey del Ponto estaba vinculada estrechamente a los reyes del imperio seleucida. Este reino fue fundado por uno de los generales o diadocos de Alejandro Magno, el gran Seleuco. Aprovecho para deciros que si queréis saber algo más sobre este apasionante período os invito a que leáis el artículo del blog Historiae, titulado División del imperio de Alejandro.
Además de emparentarse con él, Mitrídates, como buen propagandista que era, trató de vincularse a los reyes aqueménides de la antigua Persia. Los predecesores de Mitrídates habían extendido el reino del Ponto hasta alcanzar la nada despreciable cantidad de un millar de kilómetros.

El reino tenía un poco de todo en cuanto a territorios, es decir, desde vastas llanuras costeras que eran muy fértiles, hasta cuencas fluviales. En su reino se englobaban muchas ciudades griegas, antiguas colonias fundadas durante las migraciones de los siglos IX-VI a. C. La región además tenía importantes cordilleras de donde se extraían cuantiosas cantidades de hierro y metales preciosos, aumentando de esa manera la riqueza del reino.
Primeros años de vida ajetreados
Volviendo a la vida del que sería monarca, sabemos que su padre murió tal vez envenenado por su propia esposa, que pretendía hacerse con la regencia. Sabemos que siendo muy joven tuvo que exiliarse para protegerse de su madre, que pretendía deshacerse de él también para seguir reinando.
Cuando fue más mayor, regresó del exilio y depuso a su madre, que seguramente sería ejecutada para evitarse futuros contratiempos. También se encargó de su hermano pequeño, que no era más que competencia para él y se casó con su propia hermana Laodice. Se colocó además el sobrenombre o epíteto de Eupator para distinguirse de otros reyes que se llamaron como él. Este significaba padre afectuoso, dejando claro que su pueblo era importante para él, por lo menos en apariencia.
Una vez en el trono comenzó a estudiar la posibilidad de expandir sus dominios. Para ello puso los ojos en los vecinos reinos de Bitinia y Capadocia. Dejó en paz a Pérgamo, que había sido entregado en herencia por su rey a los romanos al no tener sucesores.
Política de Roma en Asia Menor
Y ya que hablamos de los romanos, os daré unos cuantos datos que os servirán para haceros a la idea de como trataban a la gente de la zona. Sabemos que no todos los habitantes de los reinos bajo influencia de la República estaban de acuerdo con su política. Los gobernadores desarrollaban cargos anuales así que en el poco tiempo que tenían trataban de llenarse los bolsillos al máximo.
Para llevar a cabo la recaudación de impuestos, la República subcontrataba empresas privadas dirigidas por los llamados publicani. Estos adelantaban los tributos a Roma y luego se encargaban de cobrar a los ciudadanos. Pese a que Mitrídates sabía que ese punto le podía favorecer, era consciente de que enfrentarse a Roma era muy peligroso. Dejó estar por el momento aquellos territorios y se centró en las ciudades griegas independientes que estaban a orillas de Euxino.
Política expansionista y primer choque con Roma
Les prestó ayuda para defenderse de las tribus escitas que no dejaban de acosarlas constantemente. Esas campañas sirvieron para curtir al ejército del Ponto y Mitrídates se encargó de ir anexionando territorios poco a poco. Primero le tocó a Armenia Menor que estaba ubicada al norte de Anatolia. Lo siguiente que conquistó fue una parte de Galacia, una región que estaba ubicada entre el Ponto y Capadocia. Esta recibía ese nombre porqué allá por el siglo III a. C, se había asentado una gran tribu de galos.

Pero no todo iba a ser tan sencillo, sobre todo después de que se metiera por medio Nicomedes III, rey de Bitinia. Este entró en conflicto con el Ponto por un tema matrimonial. Más bien eso fue una excusa para iniciar un conflicto que hubiese tenido lugar igualmente. Los romanos, siempre al acecho, y siendo aliados de Bitinia, decidieron inmiscuirse también en el tema.
Obligaron a Mitrídates a restablecer a Nicomedes como rey de Bitinia. El rey del Ponto había promovido una revuelta previamente para echarlo del trono y quedarse él con su reino. Además de eso, Roma le obligó a devolver algunos territorios a Capadocia.
El senado envió a un tal Lucio Cornelio Sila para que llevara a cabo esa tarea. Seguro que este nombre os sonará. Mitrídates se vio obligado a obedecer para no enfrentarse a Roma, ya que todavía no era el momento. Esperaría pacientemente una oportunidad más buena para enfrentarse a ellos. Y esta no tardaría demasiado en llegar. Los romanos desde el 90 al 88 a. C., tuvieron que lidiar con sus aliados o socios en Italia. Fue en ese momento cuando tuvo lugar la llamada guerra social que mantuvo ocupados a los romanos lejos de oriente.
Aprovechando la oportunidad
Mitrídates aprovechó que Roma estaba ocupada para volver a meterse en Capadocia, pensando que estos no tendrían capacidad de reacción. Pero las garras de la República llegaban a todas partes. El Senado envió a Manlio Aquilio a Pérgamo para frenar el avance del rey del Ponto. El primer paso que dio no fue atacar directamente, sino que se valió del títere Nicomedes. Después de haber intercedido a su favor, se quiso cobrar la recompensa. Para ello obligó al rey a atacar con su ejército a Mitrídates.
Pero el rey pontino no se quedó esperando, sino que se anticipó e invadió la Capadocia deponiendo a su rey. Nicomedes fue derrotado por las tropas del Ponto en la batalla del río Amnias. Ese fue un duro golpe que hizo que Aquilio se quedase solo ante el Ponto. Mitrídates y su ejército, muy confiados por la flamante victoria, avanzaron y acabaron de someter la Capadocia por completo.
Llegaron a capturar a Aquilio que fue ejecutado sin piedad. Los pocos supervivientes romanos se refugiaron en la cercana isla de Rodas. Y ese iba a ser el siguiente paso que iba a dar el ambicioso rey. Aunque ante de hacerlo quiso dejar las cosas aseguradas a sus espaldas.
Medidas drásticas
Fue en ese momento cuando Mitrídates tomó una decisión que a la postre le acabaría resultando fatal. Y es que mandó eliminar a toda la población itálica que estuviera en la zona de Asia Menor. Se encargó de alentar a los autóctonos a que lo hicieran porqué los romanos se estaban enriqueciendo a costa de ellos. Al plantar cara a Roma de esa manera, esperaba ganar popularidad a la vez que todos los implicados se le unían. Otro motivo para hacerlo era que todos los implicados se convertían a todos en culpables de tal acción a ojos de los romanos.
El día acordado, fueron asesinados unos 80 mil romanos y ciudadanos itálicos. Como podéis ver una cantidad enorme de gente. Sus propiedades fueron confiscadas y repartidas entre el Ponto y los que habían colaborado en la masacre. Con la matanza perpetrada, el rey se lanzó a por Rodas. Aunque sus habitantes le estaban esperando y se habían preparado concienzudamente.

Además, la flota póntica fue sorprendida por un temporal que la diezmó. Así que ante la imposibilidad de llevar a cabo el asedio, optó por retirarse. Pero lo hizo con otro objetivo en mente: Grecia. Y es que los griegos, al igual que los habitantes de Asia Menor estaban sufriendo el acoso tributario de los romanos. Así que en primera instancia, Atenas solicitó a Mitrídates ayuda para deshacerse de los romanos.
La ciudad representaba el mundo helenístico y Mitrídates siempre había sido pro heleno, por no decir que se consideraba como ellos. Como nuevo dueño de Asia Menor y con pierna y media en Grecia, los romanos comprendieron a quien se enfrentaban.
La hora de la verdad
Con los antecedentes de Pirro y Filipo V, Roma decidió mandar de nuevo a un general competente para ocuparse del asunto y evitar que la cosa llegara a más. Y de nuevo apareció en escena Sila, que por aquel entonces ostentaba el consulado. Pero justo antes de partir para Grecia algo sucedió. Y es que su gran rival, el popular Mario (popular porqué estaba al frente de la facción popular del Senado) se le adelantó.

Sila, al que le había costado mucho llegar a la magistratura decidió poner en espera su partida hacia oriente y zanjar sus asuntos en Roma. Para ello, entró en Roma al frente de su ejército, donde derrocó a los populares que se habían hecho con el poder. Hizo la purga de rigor y cuando estuvo todo controlado, se puso en marcha de nuevo hacia su destino.
La primera parada fue Atenas, donde se detuvo para recuperar de nuevo el control de la ciudad y de su puerto. Lo logró después de duros combates. Acto seguido, conocedor de que por el norte llegaba el grueso del ejército póntico, se puso en marcha para interceptarlo.
Queronea, un lugar emblemático
Eso tuvo lugar en un lugar mítico, que seguro que os suena, la llanura de Queronea. Si, la misma en la que Filipo II y su hijo Alejandro derrotaron a una coalición de ciudades griegas en el año 338 a. C. En aquel año 86 a. C., casi trescientos años después, dos grandes ejércitos volvían a verse las caras de nuevo. Los efectivos que formaron parte de ambos ejércitos eran dispares. En el bando romano, y según datos extraídos de las Memorias del propio Sila, había 15 mil legionarios y cerca de 1500 jinetes.
Aunque por datos aportados por él mismo, comandaba cinco legiones, lo cual no concuerda demasiado con esas cifras. Eso nos lleva a pensar que por lo menos serían entre 20 y 30 mil hombres. O sea, en líneas generales el ejército romano podría rondar los 40 mil efectivos. Parece un gran ejército, pero nada más lejos de la realidad si tenemos en cuenta que el de Mitrídates era tres veces más numeroso.
Y es que el rey del Ponto pese a no estar presente, había delegado el mando de sus tropas en uno de sus mejores generales: Arquelao. Dentro del ejército había tropas pónticas, tracias, escitas, capadocias, bitinias y gálatas. Todo un elenco de nacionalidades. Según los datos de Plutarco, había cerca de 100 mil infantes, 10 mil jinetes y 90 carros de guerra falcados. Apiano, elevaba las cifras hasta los 120 mil efectivos, en cambio Memnon las reduce hasta 60 mil.
Si nos basamos en estudios más recientes, todo nos hace pensar que las fuerzas podrían estar bastante más igualadas de lo que se nos ha hecho creer. La cuestión fue que la batalla fue muy disputada, y hasta el final no se acabaría decidiendo a favor de los romanos. Gracias a las cohortes de reserva que había dispuesto Sila y que sirvieron para reforzar las alas del ejército romano.
Resultado de la contienda y respuesta de Mitrídates
El ejército póntico se replegó hacia el cercano monte Acontium. Al ver que las alas huían, obviamente el centro de la falange hizo lo mismo. Las fuerzas desperdigadas huyeron de manera desordenada y pese al esfuerzo de Arquelao para que continuaran luchando, se replegaron más y en desorden. Los romanos no tuvieron clemencia, y cuando los atraparon, los masacraron.
En cuanto a las bajas de la batalla, sucede prácticamente lo mismo que con los datos iniciales, y es que las cifras siempre varían según la fuente que se consulte. Por ejemplo, Livio nos dice que los pónticos dejaron en el campo de batalla a 100 mil de los suyos y que las bajas romanas no fueron más que 13. Sin duda son unos números exageradamente desproporcionados. Plutarco, otro autor que debería darnos cierta fiabilidad, dice que las bajas romanas fueron sólo 12. Independientemente de estos datos tan volátiles y manipulables, el éxito de Sila fue saber usar a las tropas que dejó en reserva.
Pero Mitrídates, lejos de desistir y aceptar la derrota, se lanzó de nuevo al ataque y movilizó otro poderoso ejército. En esta ocasión y según las fuentes, reunió a una cantidad que oscilaba entre 80 y los 100 mil efectivos. Ese ejército lo comandaba un tal Dorilao que decidió no plantarle cara a Sila de inmediato, sino fortificarse y aguardar para que este le atacase.
Una fuente inagotable de recursos
Eso sucedió cerca de la ciudad de Orcómenos. De nuevo Sila, con un ejército similar en tamaño al usado en Queronea, logró infligir una severa derrota a los pónticos. Estos volvieron a huir del campo de batalla dejando a muchos de los suyos sin vida. Los ejércitos de Mitrídates dejaron Grecia tras ese estrepitoso fracaso, y Roma se encontró de nuevo como dueña y señora de su provincia.
Tras aquello, el rey no tuvo más opción que negociar una paz con los romanos, ya que temía que se lanzaran a la invasión de su reino. Sila no estaba para tonterías e impuso unas condiciones duras a los vencidos. El Ponto tuvo que pagar indemnizaciones importantes a los vencedores y además tuvo que renunciar a los territorios que había conquistado recientemente.
Ese tratado de Paz pasaría a ser conocido como la Paz de los Dárdanos. Aunque más que una paz, era una tregua para que ambas potencias pudieran resolver sus asuntos internos. Por ejemplo, mientras Sila estuvo en Grecia, sus opositores aprovecharon para hacerse con el poder de nuevo. Aunque sobre este tema ya hablaremos en otra ocasión.
Situación tras la larga guerra
Volviendo a Mitrídates, sabemos que él no lo tuvo más fácil, ya que su fracaso supuso tener que dar la cara ante sus nobles y sus aliados. Sabemos que al rey no le tembló el pulso a la hora de llevar a cabo una purga contra aquellos que eran sospechosos de conspirar contra él. Pero no pasaría demasiado hasta que Mitrídates se pusiera de nuevo en marcha con intención de enfrentarse de nuevo a la República.
Y es que en el año 83 a. C., Lucio Licinio Murena, general de Sila en Asia se lanzó contra el Ponto alegando que el viejo enemigo se estaba rearmando. Murena se adentró en territorio del Ponto pero fue derrotado por Mitrídates de manera clara. Esa victoria dejó en muy mal lugar al general romano, que fue llamado a la capital para dar explicaciones por sus actos. Por contra, rey del Ponto se hizo más popular al haber repelido la invasión.
Como represalia, el mismo Sila incrementó los impuestos a las ciudades de Asia Menor. La intención era cobrarse venganza por la masacre acontecida en el año 88 a. C. y que parecía haberse quedado en nada. La situación se tornó imposible para los habitantes de esas ciudades, que no tuvieron más opción que pagar sus deudas.
Tercera guerra mitridática
Y con ello nos plantamos en la llamada Tercera Guerra Mitridática, que dio comienzo en el año 74 a. C. y que se prolongaría hasta el 65 a. C. ¿Y por qué se inició esta nueva guerra entre Mitrídates y Roma? ¿Es que no había tenido suficiente el rey con vencer a Murena pocos años antes?
Fueron varios factores los que le llevaron a creerse superior a los romanos y a retomar la idea de expandir su reino. Entre esos factores estaban por ejemplo el hecho de que el rey había logrado formar un excepcional ejército y estaba mejor entrenado que nunca. El segundo de ellos y que allanaba el camino era sin duda el hecho de que Roma tenía un frente abierto en Hispania.

El rebelde Sertorio estaba en pie de guerra contra la República y eso provocaba que se tuvieran que destinar muchos recursos al otro extremo. Y de rebote, eso dejaba margen de maniobra a su reino para iniciar una nueva guerra. Además de lo comentado, Mitrídates contaba con la ayuda inestimable, la de su yerno, Tigranes de Armenia. Este había conseguido consolidarse en el trono y formar un ejército decente para apoyar la causa del rey del Ponto. Pero lo que provocó que todo se precipitase fue la muerte del rey Nicomedes IV de la vecina Bitinia.
Y es que este, al igual que sucediera en Pérgamo tiempo atrás, decidió legar a su muerte el reino a Roma. Mitrídates que tenía aspiraciones a quedárselo, alegó que los romanos habían manipulado el testamento. Además sabía que Bitinia le servía de protección ante Roma, y al pasar a manos de esta, el paso para la República quedaba despejado. El rey del Ponto decidió que sería mejor adelantarse a sus enemigos por lo que atacó a finales del año 74 a. C. una vez que Sila ya no estaba en el mundo de los vivos. Conquistó el reino de Bitinia, adelantándose a la toma de poder por los romanos.
Reacción de Roma
El protegido de Sila, Licinio Lúculo fue nombrado cónsul y pidió que se asignara la dirección de la guerra en Oriente. Entre preparativos y demás, su magistratura caducó, y tuvo que serle concedido un proconsulado, concretamente el de la provincia de Cilicia para que pudiera llevar a cabo la guerra contra el Ponto. El Senado le concedió 3 mil talentos para que se hiciera con una flota, pero Lúculo se quedó ese dinero y en lugar de buscar barcos reclutó tres legiones.
Se puso entonces en marcha aunque fue más precavido que Murena y no se lanzó a lo loco contra el ejército enemigo. Sabía que el ejército póntico era muy superior en número, así que optó por cortar sus vías de suministro. La oportunidad de hacerlo la tuvo cuando Mitrídates inició el asedio de la ciudad de Cízico. Lúculo se colocó en su retaguardia, y le sometió a su vez a sitio. Rodeado, el ejército del Ponto se vio obligado a tomar la ciudad para poder reabastecerse. Pero eso no ocurrió, y llegado el invierno, se tuvo que retirar.
Los pónticos tenían que atravesar el asedio romano, y estos no los iban a dejar pasar tranquilamente. Sabemos que muchos de los efectivos del enorme ejército perecieron de hambre durante el largo asedio que hicieron. Y los que trataron de traspasar las líneas romanas fueron cálidamente recibidos y se las vieron y desearon para pasar. A los que fueron evacuados por mar tampoco les iría mejor, ya que los dioses estaban con Roma. Provocaron una fuerte tormenta que diezmó la flota e incluso Mitrídates que viajaba en una nave tuvo que ser rescatado para no morir.
La guerra se lleva al Ponto
Los romanos persiguieron a los pónticos hasta su reino y sometieron a asedio a varias de las ciudades costeras. La moral de los pónticos estaba por los suelos, las cosas no habían salido tan bien como esperaban. Mitrídates en lugar de defender su reino, puso tierra de por medio y logró escapar. Se dirigió hacia Armenia, donde se refugió en la corte de su yerno. Los romanos pidieron a Tigarnes que les entregase al prófugo, aunque estaba claro que por el vínculo entre ambos gobernantes eso no iba a suceder.

De hecho tal vez esa era la intención del propio Lúculo. Sin perder tiempo invadió el reino de Armenia para demostrar que no se jugaba con Roma. El ejército que llevó consigo no era muy numeroso. El rey armenio que poseía uno más numeroso creía que acabaría con los romanos rápidamente. Pero el Senado no le había permitido extender la guerra contra Mitrídates más allá de los límites del Éufrates. Al entrar en Armenia estaba vulnerando esa orden y eso a la larga le acarrearía problemas.
Además, el bando popular, opositor suyo, destacó que lo que quería Lúculo era enriquecerse a costa de la República. La cuestión fue que Lúculo se lanzó directamente hacia la capital del reino, Tigranorceta y la sometió a asedio. El rey armenio, en lugar de ser cauteloso, envió a su poderoso ejército y atacó de frente a las legiones. En ocasiones la superioridad numérica no lo era todo, y menos cuando eran los romanos a los que se tenía delante. Y ese fue el error de los armenios, al creerse superiores se confiaron y se tomaron su tiempo en el despliegue de las tropas.
Obviamente los romanos aprovecharon ese tiempo para desplegarse por los flancos y mandaron a la caballería auxiliar gálata a la retaguardia del enemigo. Así sorprendieron a los armenios que no esperaban que los romanos pasasen a la ofensiva en campo abierto. En la victoria de Lúculo influyó el hecho de la superioridad de los legionarios en cuanto a panoplia. El grueso del ejército armenio estaba formado por infantería ligera que no llevaban más que escudos ligeros y apenas armadura.
La gloria de Lúculo
Las legiones del procónsul fueron más disciplinadas que en otras ocasiones y no se detuvieron a saquear el campamento enemigo. Sino que se dedicaron a perseguirles y a darles muerte. La matanza fue terrible y el rey se vio obligado a huir para salvarse. Ambos reyes, Mitrídates y Tigranes habían sido vencidos por Lúculo. Aunque este estaba en suelo enemigo y no disponía de tropas suficientes para conservar lo que conquistaba.
Sabemos que Tigranorceta acabó cayendo al poco tiempo y que varios de los aliados del rey armenio juraron fidelidad a Lúculo y a Roma. Para el año 67 a. C. Para entonces Mitrídates estaba de nuevo en su reino, y reunió de nuevo a un ejército entre sus antiguos seguidores. Venció a los romanos en una dura batalla en Zela en ausencia del procónsul. Lúculo decidió entonces ir de nuevo a por el rey del Ponto, pero sus tropas se plantaron.
Llevaban años siguiéndole por toda Asia y su tiempo de servicio ya hacía tiempo que había terminado. El propio Senado pareció tomar una nueva decisión. Tras esa dolorosa derrota se concedió el mando de la guerra en Asia al gran Pompeyo. Este sería el encargado de llevar a cabo la nueva campaña contra el rearmado y reforzado Mitrídates. Aunque si acaso esa parte la dejamos para otro momento. Porqué ya os avanzo que el rey del Ponto todavía no había dicho su última palabra.
Nos vemos y leemos en la próxima entrada de ¿Sabías que?
Sergio Alejo
Autor de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y de Herederos de Roma
Dani dice
El famoso Lúculo de, «hoy Lúculo, como en casa de Lúculo». Un gran general conocido más por su pasión por la buena comida. En la serie de novelas sobre la caída de la República contaban que esa pasión por la buena mesa le vino por una especie de depresión causada por la traición de sus propias tropas al no querer seguir en combate, algo rarísimo en esta época de la historia de Roma.
Cristina dice
Muy buen post. Gracias por compartirlo.
luis sirvent dice
Muchas gracias por esta información, para mi es extraordinaria porque completa mi «biografía»; soy recreador en Hispania Romana, una asociación de recreación histórica que recrea el final de la República Romana, en esta asociación mi papel es el de un liberto «Titus Lucretius Aloisius», un seguidor del Kipos epicúreo ateniense, hecho prisionero en estas guerras citadas en el artículo, hace 2100 años, trasladado como «servus» a la península itálica y comprado y manumitido por Titus Lucretius Carus en una gran mansión y biblioteca ubicada en la Campania Félix, propiedad de Lucius Calpurnius Pisón Cesoninus…
Bueno, es un truco para hablar de epicureísmo cuando me presento…, procuramos siempre coherencia y base histórica en cada recreación.
Un saludo y muy agradecido, seguiré recibiendo información.