Bienvenidos a una nueva entrega del blog. Esta semana seguiré con la serie dedicada a los bárbaros en los ejércitos romanos del bajo Imperio. Como sabréis esta es la tercera entrega y todo apunta a que va a ser la última. En ella voy a hablaros sobre los bárbaros y la decadencia del ejército romano.
Vamos a ello pues si os parece. Para empezar debemos partir de dos momentos que siempre se ha considerado como clave en la historia del Imperio: el desastre de Adrianopolis. este como ya sabéis afectó directamente a la parte oriental, pero sus consecuencias llegarían hasta tiempos de la batalla del río Frígido, que afectaría a ambas partes.
Dos episodios que llevaron a tener que reestructurar los ejércitos y el concepto que se tenía de ellos hasta ese momento. Aunque los ejércitos no desaparecieron ni fueron eliminados por completo, sí que es verdad que fue el momento clave para llevar a cabo una serie de reformas.
Momento de cambio
Un elemento importante fue el hecho de la calidad de las tropas disponibles. Pese a que se perdieron muchas vidas en esas batallas, seguían habiendo recursos humanos suficientes. Aunque para ser sinceros estos comenzaron a ser de menor calidad o valía.
Estos desastres se pueden comparar con otros vividos durante el Alto Imperio. Como por ejemplo la pérdida de las legiones en Teotoburgo, o los desastres vividos en Dacia en tiempos de Domiciano. Pero la diferencia radica en lo que os he comentado un poco más arriba. Y es que en los tiempos pasados, la disciplina de las legiones y su gran cantidad permitieron que la afectación fueran mínima cuando se producía una derrota de ese estilo.
Pero a finales del siglo IV, tras tantas décadas de crisis a todos los niveles, al ejército le iba a costar mucho reponerse. Las circunstancias no eran las mismas que en los «buenos tiempos». De ahí la necesidad de implementar un cambio. Por ejemplo, la Galia estaba todavía recobrándose de las incursiones de francos y alamanes. Y si a eso se le tenía que sumar lo del río Frígido, imaginad como estaba la situación.
La legión, poco atractiva
Servir en las legiones ya no motivaba a los ciudadanos romanos. Veían que era una pérdida de tiempo y no les reportaba nada. Ningún beneficio, así cómo tampoco el prestigio de antaño. Era pues, una profesión poco atractiva para un romano de finales del siglo IV.
¿Y a dónde creéis que nos conduce irremediablemente esa negativa de prestar servicio militar? Pues sí, imagino que lo habréis acertado la mayoría. A tener que enrolar aún más bárbaros en los ejércitos para poder cubrir ese déficit de hombres. Estos bárbaros ya habían participado como dijimos en las anteriores entregas como tropas federadas en los ejércitos durante ese siglo IV. También habían estado presentes a los largo de los siglos II y III. Pero a partir de ese momento ya podemos afirmar que asistimos a una mayor dependencia de esas tropas no romanas.
Por suerte tenemos datos sobre como Teodosio I afrontó legalmente esa reestructuración a partir del 378. Sabemos que tomó medidas para tratar de buscar a todos aquellos que querían escaquearse del servicio militar. La merma después del desastre de Valente, dejó al ejército Oriental en muy malas condiciones, y Teodosio, encumbrado como emperador por Graciano, tuvo que esforzarse para conseguir recomponer sus tropas. Pero claro, no solo tuvo que hacerlo en el aspecto físico, es decir, reponer las pérdidas humanas, sino también en lo relativo al ánimo y la moral.
Teodosio I y sus leyes
Así, en el 380, el emperador, instó a que se hiciera cumplir la norma que decía que todos los hijos de los veteranos debían alistarse. Posteriormente se establecieron castigos y penas para aquellos que enviaban a esclavos en lugar de hombres libres para que cumplieran sus obligaciones por ellos.
Y cómo no, seguía habiendo casos de jóvenes que se auto mutilaban para no tener que servir. Para ellos también hubo castigos y podemos decir que las penas fueron más severas por cometer tal práctica. Incluso se instó a los reclutadores a coger dos mutilados que harían las veces de un soldado sano.
Pero obviamente era una tarea muy dificultosa. Había mucho que controlar y siempre se escapaba alguien. Hacia el 406 se emitió una ley por la cual se aceptaban los esclavos en el ejército. Imagino que a causa de la necesidad de contar con hombres en unos tiempos complicados. La cuestión era tener reclutas, sin importar la condición social de estos. Eso ya era secundario, ya que los voluntarios eran más bien escasos.
¿Que hacemos sin veteranos?
Vuelvo a Adrianópolis, un punto de inflexión en la historia del ejército romano, en este caso de Oriente. Allí se perdió un valor añadido: un gran número de veteranos. Veteranos que sobre todo eran disciplinados y con un entrenamiento a la romana.
La situación de un Imperio herido requería una reacción inmediata. Pero las prisas siempre fueron, son y serán malas consejeras. El Imperio descabezado como quedó (recordad que el emperador Valente falleció o al menos desapareció en combate como Chuk Norris), obligó a Graciano, el único emperador a tener que tomar medidas drásticas. Cedió el mando de la parte oriental a su general y nuevo colega Teodosio, y este tuvo que hacer lo que buenamente pudo. Una de las medidad inmediatas fue la de reclutar bárbaros para reponer las pérdidas, y tropas noveles, sin algo tan necesario como la experiencia.
Por suerte el ejército oriental poco a poco se fue reponiendo, con un poco de fortuna y también de buena gestión. Fortuna por poderse defender mejor que sus hermanos de Occidente. Pese a que el enemigo persa estaba allí presente, no supuso una amenaza tan letal como las incursiones bárbaras en Occidente.
Mientras tanto en Occidente…
Los emperadores de occidente a lo largo del siglo V optaron por no nombrar a ningún magister militum de origen bárbaro después de la muerte de Estilicón. Pero irremediablemente las tropas sí que lo fueron, básicamente porque era difícil conseguir propias. Los recursos se fueron gastando, las provincias perdiendo, y poco a poco se tuvo que recurrir cada vez más a los del otro lado de la frontera, que ya estaban en este.
Por suerte el parche lo puso un hombre de los grandes, Flavio Aecio, que estableció un poco de orden al asunto. Pese a tener un ejército compuesto de bárbaros en su mayoría, demostró estar a un buen nivel. Y estas tropas se curtieron en las muchas campañas que tuvo que llevar a cabo.
Lo que sí es una evidencia es que cada vez había más bárbaros que gestionar. Las filas estaban cada vez más repletas de estos, tanto de fuera del limes como de dentro y, eso, sin duda era un problema. Y es que según los autores del momento no eran de fiar. Algunos los definieron como indisciplinados, decían que abandonaban sus puestos, saqueaban cuando no tocaba y creaban confusión en el decurso de las batallas.
Vamos que los romanos no estaban demasiado satisfechos con este tipo de tropas. Pero claro, tampoco es que pudieran hacer otra cosa para remediarlo. Podría decirse que era mejor tenerlos de su parte que en contra.
Poco agrado por parte de los clásicos
Siguiendo con el asunto de las descripciones de estos bárbaros, Amiano Marcelino decía que eran viciosos e inhumanos. Y por si eso no fuera suficiente, afirmaba que a nivel militar tenían una moral muy baja. Cuando perdían, o se veían superados, no dudaban en retirarse. También decía de ellos que eran incapaces de seguir un plan de batalla ya que eran desorganizados.
Zósimo, que no era muy partidario de Teodosio y de su política de foedus, también le metió caña. Afirmó que el emperador no velaba por mantener al día el registro de soldados inscritos en el ejército. Además, los desertores que había vuelto a incorporar a filas, podían marcharse cuando quisieran.
Tal afirmación creo que no es demasiado lógica. Primero por la poca afinidad que podía sentir el autor por el emperador. Y segundo porque sería un mal precedente proceder de esa manera. Castigar a unos hombres por desertores, hacerlos volver a filas, para dejarlos marchar de nuevo. No sé qué opináis vosotros al respecto.
Escuchad a Vegecio: cualquier tiempo pasado siempre fue mejor
Lentamente, por esa falta de disciplina y en general de instrucción “a la romana”, lo métodos tradicionales fueron desapareciendo. Vegecio dijo en su Epitoma Rei Militari, que disciplina e instrucción habían sido claves para que Roma pudiera someter al resto de pueblos. Algo que cómo hemos dicho escaseaba en esos tiempos convulsos.
Sin dejar al bueno y nostálgico Vegecio, le citaremos para que conozcáis una de sus premisas: “Una pequeña fuerza bien entrenada, es más probable que gane batallas, que una horda desorganizada e inexperta”.
Y esa frase nos lleva a la siguiente conclusión, que por otra parte es una regla de tres, o por lo menos se podía aplicar en esos momentos. La instrucción únicamente era posible si existía un núcleo de veteranos en torno al cual formar cada unidad. Así que, siguiendo ese precepto, debería ser indiferente la procedencia de los reclutas. Aunque esos veteranos escaseaban ya en esos tiempo, por no decir que quizás ya no existían.
Pero para que la romanización de esos bárbaros fuera eficaz, se tenía que dar un condicionante: que la cultura a imponer fuera hegemónica. Y ahí es donde el engranaje volvía a fallar.
Los pilares para sustentar el ejército
Para poder llevar a cabo todo ese proceso hacían falta dos elementos claves: oficiales capaces y sobre todo dinero en las arcas del Estado. Pero para desgracia del imperio occidental, coincidió que llegó un momento en el que no hubo ninguna de las dos cosas disponibles. Al igual que los veteranos anteriormente nombrados. Pero aunque lo hubieran tenido todo, también faltaría algo esencial: el tiempo.
A principios del siglo V, la incapacidad del gobierno occidental llevó a un descontrol administrativo y a un empobrecimiento de los recursos. A ello se le debía añadir un mal endémico que siempre existió en la historia de Roma: las guerras civiles. Cosa que hacía menguar significativamente los recursos humanos y económicos que tenían disponibles.
A su vez, las provincias más alejadas comenzaron a abandonarse a su suerte. La primera de ellas fue Britania allá por el 407, y la siguió Hispania hacia el 411. Pronto la extensión territorial comenzó a reducirse, y a su vez los recursos también disminuyeron. Ya no había marcha atrás.
Crónica de una muerte anunciada
Con ello nos vamos al fatídico año 476, el principio del fin. Y aunque la tradición suele marcar ese año como el de la caída del imperio de occidente, es cierto que no todo desapareció por arte de magia. Sabemos que muchas instituciones romanas prevalecieron. El derecho o el ejército por ejemplo convivieron con los nuevos reinos bárbaros emergentes.
Y sobre el ejército, podemos afirmar que no desapreció mediante un decreto emitido desde Rávena o Roma. Los mismos soldados que servían en él es muy probable que siguieran pensando que formaban parte del mismo. Es probable que cuando Roma cayó y con ella Italia progresivamente, los militares apostados lejos de allí, dejaran de recibir sus pagas. Aunque eso no fue inmediato, sino que debemos entender eso como un fenómeno progresivo.
Así se nos describe el caso de la guarnición de la ciudad de Bátava. Los soldados permanecieron en sus puestos. Pero optaron por enviar mensajeros para saber el motivo por el cual no llegaban sus pagas. La respuesta que recibieron no fue la esperada. Días después, los cuerpos de los enviados flotaban en el Tíber. Eso dejó clara la evidente incapacidad de una Roma que ya no era más que una sombra de lo que había sido antaño.
Lo siguiente que ocurrió, aunque ya sabéis que es, lo dejamos para otro momento.
Concluye de esta manera esta saga que tantas páginas ha ocupado y que espero que haya sido de vuestro agrado. Nos leemos en la siguiente entrada de ¿Sabías qué?
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