Agatón se despidió de su hermano dándole un fuerte y cálido abrazo. Junto a una veintena de compatriotas tebanos heridos, fueron evacuados hacia el istmo, acompañando a los soldados que se replegaban. La herida en el costado le impedía caminar con soltura, por lo que se le acomodó en una carreta junto a otros hombres que tenían dificultades para valerse por sí solos. Apenas podía sentarse, estaba más cómodo tumbado, así evitaba que el corte se pudiese abrir de nuevo. Desde lo alto del carro, le dijo a su hermano:
—Ven conmigo Agatón, no tienes por qué quedarte aquí. Morirás por nada, seguro que si se lo explicas a Demócrito lo entenderá…
—Eso es lo que mi sentido común me pide que haga, pero mi corazón piensa otra cosa. Jamás me perdonaría hacer semejante acción Hermógenes. Cuando seguimos al general, sabíamos a lo que nos exponíamos, tomamos nuestra decisión a sabiendas de cuales podían ser las consecuencias—expuso el hombre.
—Lo sé, pero ahora todo es diferente—alegó el joven.
—¿En qué han cambiado las cosas?
—Es un sacrificio inútil, no va a servir de nada quedarse aquí. Es una condena a muerte—dijo Hermógenes tratando de convencer a su hermano mayor.
—¿Entonces por qué se quedan los espartanos? —inquirió de nuevo Agatón.
—Ellos son distintos, hermano. Se dejan llevar por sus preceptos, buscan el honor y la gloria… Nosotros no somos como ellos, créeme.
—Hasta hace poco pensabas de otra forma, creo recordar que admirabas esas virtudes precisamente—dijo sonriéndole.
—Tú mismo lo has dicho, hasta hace poco—respondió el joven—. Ahora veo las cosas de otra manera, quizás la experiencia me ha demostrado que hay más cosas por las que pelear que por el honor y la gloria…
—Me alegra que lo hayas comprendido Hermógenes. Eres un muchacho muy listo, y estoy orgulloso de ti.
Agatón se acercó hasta él, le tomó ambas manos y le dijo:
—Los dioses te deparan un futuro brillante, hermano. Esta ha sido tan sólo la primera prueba, debes estar preparado para las que llegarán…
—¿A qué te refieres ahora? —preguntó incrédulo y un poco desconcertado.
—Todo a su debido momento… Recuerda que la paciencia es una virtud mucho más poderosa que el honor o la gloria.
El tebano se giró hacia otro de los heridos que estaba junto a su hermano, al que conocía y le dijo:
—Nikandro, te ruego por los dioses que te ocupes de mi hermano cuando yo no esté a su lado. Vela por él, por qué haga las cosas bien… Hazme ese favor amigo.
El hombre, que llevaba un vendaje en un ojo fruto de una estocada que había provocado que lo perdiese, le respondió:
—Cuenta con ello Agatón, no le sacaré el ojo de encima, el único que me queda.
—Gracias amigo, estaré eternamente en deuda contigo—respondió este.
—Es un buen muchacho…
Unas lágrimas empezaron a brotar de los ojos de Hermógenes. Comprendió a la perfección que su hermano iba a quedarse allí combatiendo junto a sus compatriotas, los tespios y los espartanos de Leónidas hasta su último aliento, dando cumplimiento de esa manera a su compromiso. Ahora sería él quien se batiría en nombre del honor, del honor de su ciudad, del honor tebano…
Esta ha sido la última entrega del relato corto, Honor Tebano. Espero que haya sido de vuestro agrado. Supongo que a la mayoría os habrá dejado con ganas de saber como continuan las cosas. Quién sabe lo que los dioses nos deparán, tal vez la historia continue más adelante. Por el momento doy por concluido este relato que habla sobre lo acontecido en una de las más célebres batallas de la antigüedad. Un saludo a tod@s y muchas gracias por haberos mantenido fieles semana tras semana.
Si queréis saber más sobre el mundo antiguo, podéis haceros con vuestro ejemplar de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva.
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