Tras eso Leónidas se dio la vuelta y se dirigió hacia donde se encontraban el resto de oficiales de la alianza. No había dado dos pasos cuando alguien a sus espaldas le llamó:
—Disculpa…
Se giró para comprobar que se trataba de su general. Se detuvo y sabiendo ya lo que le quería preguntar, se anticipó diciéndole:
—No te vas a quedar amigo, confío en ti para que lleves a los hombres hasta una posición segura.
—Pero mi rey…
—Lo siento viejo amigo, si hay alguien que pueda convencer a los éforos de lo que se avecina, ese eres tú. Has visto con tus propios ojos lo que es capaz de convocar Jerjes, es por ello por lo que debes volver a Esparta y convencerles a ellos y a Leotíquidas de que se movilice a todo el ejército. La alianza helénica es demasiado frágil. Hay muchas polis que quizás se sometan a los persas después de lo que ha sucedido aquí—explicó Leónidas.
—Pero yo no soy un político señor, no sé hablar en público… Lo mío es la guerra y dirigir hombres, no sirvo para otra cosa—se excusó el veterano oficial.
El rey se acercó hasta él, le puso su mano sobre el hombro de manera afable y le dijo:
—Lo harás muy bien Diokles, no te preocupes. Ahora encárgate de seleccionar a los tres cientos hombres…
Mientras el ejército aliado se alejaba del paso de las Termópilas, Diokles se giró en varias ocasiones para contemplar a los hombres que se quedaban allí bajo las órdenes de su rey para proteger su retirada. Comprendía perfectamente lo que Leónidas le había pedido que hiciera, aunque no estaba seguro de poder satisfacer su demanda. Una cosa era dirigir las tropas en un combate y otra muy diferente era dirigirse a un grupo de cinco magistrados y al otro rey de Esparta y tratar de convencerles sobre la importancia de enviar el resto del ejército hacia el norte del Peloponeso para frenar el avance de los invasores y dejar desprotegida su propia ciudad.
Pensó para sí mismo, mientras veía cada vez más diminutas las figuras de sus compatriotas que se quedaban guardando el paso, que el monarca podía haber elegido a cualquier otro hombre. Seguro que los había más capaces que él, con más capacidad de oratoria y con más posibilidades de convencer a los magistrados y al rey. De repente, Euclides, otro de los oficiales espartanos que se retiraba y que caminaba justo a su derecha le dijo:
—¿Qué es lo que te preocupa? Te noto ausente desde que hemos abandonado el desfiladero.
—No es nada amigo, tan sólo lamento que el rey no me haya dejado quedarme para luchar junto a él—respondió este.
—Eso lo pensamos todos nosotros amigo. Incluso los más jóvenes que quedaron exentos de la elección—le dijo tratando de consolarle.
—Espero que por lo menos el tiempo que nos ha dado Leónidas sirva para algo y que su sacrificio y el de nuestros hermanos no haya sido en vano—volvió a decir el general.
—¿Por qué dices eso? — inquirió Euclides
—Ya sabes cómo es esto. No sería la primera vez que alguien decide que es mejor vivir de rodillas que morir de pie—suscitó Diokles.
—¿Lo dices por los tebanos? ¿Por los atenienses? —preguntó de nuevo el oficial.
—Más por los primeros, sobre todo después de lo que explicaron algunos de los que han estado combatiendo junto a nosotros estos últimos días en el paso. Le dijeron en una de las reuniones de mando que una facción importante de la ciudad, quizás mayoritaria, se oponía a enviar tropas a la alianza. Eran más partidarios de pactar la rendición con Jerjes—dijo el veterano.
—No sabía nada de eso—respondió incrédulo ante las noticias que le acababa de relatar.
—Lo sé. Leónidas no quiso que se extendiera demasiado el rumor, eso habría hecho que la moral descendiese en un momento tan importante. Por suerte no todos en su ciudad eran partidarios de ello, y los tebanos que se han quedado para proteger la retirada han demostrado ser muy valientes. Tan sólo hay que fijarse en las palabras que ha pronunciado su strategos, Demócrito—dijo de nuevo Diokles.
—Supongo que nuestro rey hizo lo que creyó más oportuno, tomó la decisión más adecuada pese a no contarles a los demás toda la verdad. Es un buen gobernante, y como general ha demostrado ser un magnífico estratega— dijo Euclides.
—Sí que lo es. Sobre todo un buen hombre. Lástima que deba perecer hoy y de esta manera. Espero que con su pérdida la alianza no sufra un revés y todo se desestructure— añadió el general.
—Si te refieres a los tebanos, espero que su ejemplo no haga que otras ciudades se fijen en sus acciones. Estoy convencido de que el resto de ciudades que han aportado hoplitas en el desfiladero aguantarán, no debes preocuparte—dijo el oficial—. Espero que tras esto, Leotíquidas decida movilizar el resto del ejército.
Diokles le miró a la cara y haciendo un gesto de resignación respondió:
—Esperemos que lo haga, aunque él no es Leónidas, son muy diferentes…
Se detuvo un instante mientras supervisaba el desplazamiento de las tropas en retirada. Antes de la partida se había acordado en el último consejo que el objetivo prioritario era llegar hasta Atenas. Allí la flota estaría a punto para proceder al transporte de las tropas y de los ciudadanos de la polis hasta el otro extremo del istmo. Se reforzarían las defensas del mismo para tratar de contener allí al invasor, era un paso natural fácilmente defendible, del mismo estilo que el de las Termópilas. Por su parte, la flota griega era muy inferior en número a la persa, pero había demostrado que si combatían en espacio reducido, las posibilidades de vencer eran más altas. La preparación y habilidad de los marinos helenos superaba con creces a la que poseían sus rivales, a excepción quizás de los fenicios y los egipcios, que eran bastante buenos navegando. Además, se tenía que tener en cuenta el hecho de que hacía tan sólo unos días, una tormenta azotó la flota invasora y hundió algunos centenares de sus barcos, mermándola de forma considerable. Parecía que los dioses habían intervenido para equilibrar un poco más la contienda.
Las cosas se ponen complicadas en el paso, y Leónidas decide que el ejército griego debe replegarse para no ser sorprendido por sus enemigos. Es por ello que la estrategia cambia, y las tropas huyen para poder pelear otro día. Los espartanos elegidos y los otros que han optado por quedarse, se preparan para un cubrir la retirada de sus compatriotas. Para saber como continua el relato, deberás esperar a la próxima semana. El lunes día 02 de enero de 2017, a la mimsa hora de siempre, a las 08:08. Que tengáis una buena entrada de año.
Si todavía no tenéis regalo de reyes, ya sabéis que podéis haceros con vuestro ejemplar de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva, tanto de la primera como de la segunda entrega de la saga.
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