Los presentes se mantuvieron en silencio, asombrados por la respuesta que habían recibido o quizás digiriendo lo que el rey de los espartanos les había dicho. Era sabido por todos los griegos que ambas ciudades siempre habían rivalizado por la hegemonía y el control, pero nunca pensaron que fuese un lacedemonio, y mucho menos uno de sus dos reyes, quien defendiese la unidad de los helenos. Otro de los atenienses presentes, desde la segunda fila habló:
—Atenas es una ciudad de ensueño noble Leónidas, su belleza y magnificencia no tienen parangón, pero opino que tus palabras son sabias. Además, comprendo que hay ocasiones en que por evitar un mal mayor, debemos hacer sacrificios.
Los demás atenienses miraron a su compatriota. Todos los presentes hicieron lo mismo. Era un veterano, su larga barba blanca y sus cabellos canos así lo confirmaban. Leónidas le indicó al hombre que se adelantase, y cuando estuvo frente a él le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Aristodemo noble señor— respondió el aludido.
—Sabias palabras Aristodemo. Todos debemos sacrificar algo en esta guerra, unos antes y otros más tarde—hizo una leve pausa—. Es por ello que mis espartanos y yo permaneceremos aquí, luchando hasta el último aliento para concederos margen suficiente como para poderos retirar cuanto antes. Ese será nuestro sacrificio hermanos, dado que Esparta se encuentra en el extremo opuesto de este paso, de momento a salvo de las garras del invasor.
Todos los hombres se quedaron perplejos ante las palabras que acababa de pronunciar el rey, aunque nadie osó decir nada. Fueron en cambio sus guerreros quienes soltaron un nuevo grito. Leónidas continuó hablando:
—Hemos sido traicionados por uno de los nuestros, el Gran Rey ha encontrado a alguien que está dispuesto a vender a los suyos a cambio de oro. Es inútil que nos quedemos todos aquí a plantar cara, sería un precio demasiado caro a pagar. He decidido que me quedaré yo con unos cuantos elegidos de entre mis hombres, será mi aportación al sacrificio que antes he pedido a los nobles atenienses.
Entonces un oficial de los hoplitas tespios, llamado Demófilo, se adelantó y le dijo directamente al monarca:
—Sí Leónidas de Esparta se queda para plantar cara a Persia, mis hombres y yo haremos lo mismo. Si los persas pasan de este punto, lo siguiente que encontraran es nuestra ciudad, nuestro deber es impedir que lo consigan. Si debemos sacrificarnos, qué lugar mejor que este y que mejor compañía que la de los espartanos.
Se giró hacia donde estaban sus soldados y la gran mayoría de estos asintieron y ratificaron de esa manera las palabras que había pronunciado. El espartano se acercó hasta el hombre y le puso la mano sobre el hombro mientras le decía:
—Entonces mis espartanos y yo estaremos encantados de luchar a vuestro lado.
De repente otra voz desde las filas de atrás gritó:
—¡Tebas no se va a quedar de brazos cruzados Leónidas! ¡Nos quedaremos para proteger la retirada contigo, noble rey!
El monarca se giró en busca del hombre que había pronunciado esas palabras. Le localizó a su derecha. Le conocía, no era un hombre cualquiera, se trataba de Demócrito, un general tebano, gran estratega y combatiente. Le indicó que se adelantase y le dijo:
—Me honra poder contar contigo y con tus hoplitas, pero tu ciudad todavía no ha caído. Podéis evacuarla, cruzar al otro lado del Istmo y preparar la resistencia.
—Soy muy viejo para tanto trote amigo. De esa tarea que se encarguen los más jóvenes. He visto ya mucha guerra, y creo que ha llegado el momento de hacer algo que honre el nombre de mi ciudad, ¿o es que te quieres quedar con toda la gloria para ti? — interrogó el veterano general—. Además, si te soy sincero, no espero nada de mi ciudad y de sus habitantes, ellos ya han tomado una decisión, y no es precisamente la de combatir. Tampoco creo que fuésemos bien recibidos a nuestro regreso.
El rey se mantuvo en silencio, hasta que de súbito empezó a reír. Parecía que el comentario del veterano oficial le había hecho gracia. El resto de hombres le imitó durante un largo rato. Cuando se repuso, Leónidas se enjuagó las lágrimas que le habían brotado fruto de las carcajadas y le respondió al hombre:
—La gloria no es algo individual noble amigo, hay de sobras para todos y hoy lo vas a poder comprobar en primera persona.
—Pues cuantos más seamos, más a repartir—añadió el oficial tebano dándole un abrazo al espartano.
Tras la escena vivida, Leónidas retomó su discurso:
—Si es la voluntad de los dioses, Esparta, Tespia y Tebas contendrán al ejército invasor el tiempo que se pueda mientras el resto os replegáis. ¡En marcha, no tenemos tiempo que perder, los persas estarán aquí pronto!
A su orden los oficiales de los diferentes contingentes empezaron a dar indicaciones a sus hombres para que se pusiesen en marcha y recogiesen sus pertrechos. El campamento no se desmontó, se dejó tal y como estaba, no podían demorarse mucho más, lo primordial era abandonar el paso y replegarse hacía el Peloponeso, sino el sacrificio que iban a hacer esos valientes sería en vano. Mientras, el resto de hoplitas estaba finalizando las tareas encomendadas, Leónidas avisó a sus oficiales para que reuniese a sus espartanos en un lugar apartado de lo que otrora fuera el campamento de los helenos. Cuando los tuvo a todos ante él, le dijo:
—Hermanos, hijos de Lacedemonia. Hoy será un día especial para nosotros, el futuro de Grecia recae sobre nuestros hombros. Habéis entrenado durante toda vuestra vida para afrontar un momento como este. Ahora ha llegado, y lo único que os pido es que demostréis al invasor que clase de hombres engendra nuestra tierra, por si se le ha pasado por la cabeza acercarse a nuestra ciudad.
Todos los soldados espartanos rugieron con orgullo, alzaron sus lanzas y repiquetearon con las espadas en sus enormes escudos. El resto de hombres que estaban por la zona se detuvieron al escuchar el repiqueteo metálico y los gritos procedentes de tantas gargantas espartanas. El rey orgulloso de sus hombres, les dejó continuar durante un rato. Cuando el silencio volvió a reinar, retomó su discurso:
—Esta no será la primera ni la última vez que tengamos que hacer sacrificios en esta guerra. Es por ello que no quiero que la flor y nata de Esparta perezca en este punto. Elegiré sólo a unos cuantos hombres para que se queden, el resto de vosotros, bajo las órdenes de Diokles os retiraréis con el resto de tropas hasta el punto indicado.
Estate atento, el próximo lunes, a las 08:08 horas, publicaré la siguiente entrega de este relato corto. Espero que puedas aguantar hasta entonces, sino, simpre te quedarán Las Crónicas de Tito Valerio Nerva.
Un saludo a tod@s.
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