El rey se acercó hasta donde estaban congregadas las tropas, tanto las suyas como las del resto de polis aliadas. Los hoplitas que estaban en las primeras filas se fueron apartando a los lados para permitirle el paso. Todos los presentes hicieron lo mismo hasta que se detuvo justo en el centro de la formación. En ese momento los rumores de su presencia se habían ido transmitiendo entre los hombres que formaban el campamento, y cada vez fueron más los que se fueron acercando hasta el lugar de reunión.
Después de carraspear en varias ocasiones para aclararse la voz, y cuando hubo comprobado que ya no quedaba casi nadie por llegar, el monarca empezó a hablar:
—¡Hombres de Esparta, de Atenas y Corinto, de Argos y Tebas, de Tespia y Mantinea, y del resto de ciudades libres de Grecia aquí congregadas! ¡Habéis dado más de lo que os podía pedir, me habéis acompañado en esta arriesgada misión! ¡No me queda más que agradeceros vuestra lealtad, no solo hacia mi persona si no hacia vuestras familias, vuestros amigos y vecinos y como no hacia vuestras amadas ciudades!
Guardó silencio unos instantes, a la vez que aprovechaba para observar con detalle los rostros de los soldados que tenía más cerca. En ellos se podía ver, entre la suciedad y la sangre seca fruto de varios días de combates incesantes, como sus palabras habían captado la atención. En lo más profundo de su ser se dio cuenta de que no podía pedirles más sacrificios a esos valientes, ya habían antepuesto sus vidas a todo lo demás. Ahora tan sólo le quedaba una salida: resistir con un puñado de hombres todo lo que los dioses y el empuje de las tropas persas le permitiesen, con intención de poder otorgar a sus compatriotas tiempo suficiente como para retirarse al otro lado del istmo. El Gran Rey había demostrado con creces cuales eran sus intenciones, movilizar ese numeroso ejército era un indicador claro de que no descansaría hasta conseguir someter a toda Grecia, una espina que tenía clavada desde el fracaso estrepitoso de su padre hacía ya una década.
Haciendo acopio de fuerzas, pues el cansancio y el desánimo se habían apoderado también de su ser, retomó la palabra:
—¡Sé que no puedo pediros nada más, habéis hecho más de lo que esperaba, sinceramente, y me habéis demostrado que cualquier ciudadano libre de cualquier polis griega vale muchísimo más que cien, o que digo, más que mil soldados persas! ¡Hemos resistido más tiempo aquí del que en un principio había calculado, y creo que ha llegado el momento de que retrocedamos y nos reagrupemos!
Nadie dijo nada al respecto, ni los hoplitas ni sus mandos, que estaban allí presentes. Leónidas percibió que el desánimo se apoderaba del rostro de alguno de los presentes, en cambio otros parecían sacarse un peso de encima. Volvió a hablar de nuevo:
—¡Soldados, no estamos rehusando el combate! ¡No penséis que tenemos miedo del invasor, es él quién debería temernos a nosotros, pues luchamos por un ideal mucho más grande que el suyo, uno que él y sus súbditos nunca conocerán! ¡La libertad!
Tras pronunciar esa última palabra, los guerreros espartanos que estaban en la primera fila soltaron al unísono un grito secundando las palabras que había pronunciado su rey. Tras ellos, el resto de los hoplitas, no se quisieron quedar atrás y con júbilo y efusividad imitaron a sus compatriotas.
Leónidas se emocionó al ver que había conseguido que todos los griegos, muchos de ellos enemigos acérrimos desde hacía muchos años, lucharan como un solo ejército. Lamentó para sus adentros que hubiese sido necesaria la invasión de Jerjes para lograr tal fin. “Todo tiene su precio”, pensó con resignación. En ese momento, un oficial de la plana mayor de la marina ateniense, que había desembarcado junto a otros compatriotas para trazar la nueva estrategia, dio un paso al frente y se dirigió al rey lacedemonio:
—¿Y qué sugieres que hagamos ahora? Hemos luchado casi hasta el último aliento y no nos ha servido de nada. Jerjes tiene una reserva de hombres y barcos que supera con creces las nuestras, noble rey.
El monarca le miró fijamente durante unos instantes. Al hombre se le debieron hacer eternos. Tras acercarse un poco más hacia él, le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Menandro, señor—respondió el ateniense.
—Bien Menandro, lo más sensato es cruzar el istmo y reorganizarse allí. Debemos crear un frente de batalla lo suficientemente amplio como para frenar al ejército de Jerjes, y ese punto nos ofrece cobertura natural para instalar unas defensas más que aceptables. La flota deberá comenzar a evacuar el Ática, no podemos perder ni un solo instante, cada momento que perdemos conversando, es una ventaja que le estamos concediendo al enemigo—explicó el rey.
—Entonces, ¿qué sucederá con mi ciudad? Con nuestra ciudad — interrogó de nuevo el oficial mirando a algunos de sus compatriotas que estaban más cerca.
—Lo siento amigo, muy a mi pesar, deberéis abandonarla—dijo Leónidas.
—Pero eso no podemos hacerlo señor, los persas la destruirán sin piedad— insistió el ateniense.
El rey se quedó mirándole, y también al resto de atenienses que se encontraban junto a él, los cuales estaban empezando a hablar en voz baja entre ellos. Ante la posibilidad de que esos hombres cuestionasen sus órdenes, volvió a dirigirse a Menandro:
—No debes preocuparte por tu polis amigo. Por muchas veces que la destruya el enemigo, siempre se volverá a alzar, más majestuosa e imponente que la vez anterior. ¿Y sabes por qué?
El ateniense incrédulo y sin saber a qué se refería el monarca respondió de manera instintiva:
—No…
—Pues porqué la ciudad pertenece a sus habitantes y mientras uno de vosotros siga con vida nada deberá preocuparos, Atenas seguirá viva, porqué vosotros sois Atenas. Igual que mis hombres son Esparta, y los tebanos son Tebas— dijo el rey—. ¡Es por eso que ni Jerjes, ni ningún invasor extranjero podrá doblegarnos jamás!
Las cosas se ponen feas para los griegos en las Termópilas. Leónidas se ha visto obligado a replantear la estrategia y les expone a sus hombres los nuevos planes. ¿Estarán todos ellos de acuerdo con el nuevo planteamiento? ¿Los atenienses secundarán el plan de abandonar su ciudad y entregársela a sus enemigos sin más? La próxima semana, el lunes, a la misma hora de siempre, las 08:08, podrás salir de dudas.
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