Tras atravesar al primer medo que tuvo al alcance, ensartándole la punta de su lanza en la garganta, Agatón se centró en el hombre que estaba a su izquierda. Balanceó su asta ligeramente hacia atrás para volver a empujarla de nuevo bruscamente hacía el pecho desprotegido de su rival. Este, pese a interponer su escudo, fue alcanzado en el tórax. Soltó un grito de terror y el miedo se reflejó en sus ojos. El tebano no se demoró en mirarle más de un segundo, desencajó su arma del cuerpo de aquel desdichado, llevándose carne, músculo y hueso y propinó otro golpe al enemigo más cercano. La ira y la rabia se habían apoderado de su ser. Cuando combatía, su campo de visión se reducía bastante más de lo habitual, ya que el pesado casco que portaba y el efecto túnel de la situación le dejaban ver menos de lo que debiera. En cualquier caso, lo suficiente para ir cumpliendo con su tarea en ese momento.
Estaba sumido en una liza con otro persa que había logrado bloquear el ataque de su lanza, cuando escuchó un fuerte grito que provenía de su derecha. Algo en su ser se encogió, pues era justo de la zona en la que estaba combatiendo Hermógenes. Lanzó una rápida estocada con su lanza y acabó con el molesto rival, justo a tiempo para girarse y observar como su hermano caía hacia detrás desplomado. No tuvo tiempo de comprobar su estado, pues enseguida alguien desde la fila posterior arrastró su cuerpo hacía atrás y pasó a ocupar su posición.
Así era como se combatía en la falange. Cuando un hombre de la fila delantera era alcanzado y caía al suelo, era indispensable que el que estaba inmediatamente detrás, ocupase su posición. Era básico que la formación no se quebrase, por ello los huecos se debían cubrir sin demora, ya que una grieta podía ser el punto ideal para que el enemigo se infiltrase y rompiese las ordenadas filas. Por ello era esencial la disciplina, los guerreros estaban plenamente concienciados de los pasos a seguir en situaciones de ese tipo. La diferencia entre la victoria y le derrota podía depender del trabajo en equipo, por ello durante los períodos de entrenamiento, los formadores hacían especial hincapié en la práctica reiterada de ese tipo de maniobras. Casi sin darse cuenta, el pesado escudo de su nuevo compañero, volvió a protegerle el flanco derecho, que había quedado expuesto durante un breve periodo de tiempo. Gracias a los dioses ningún persa se había percatado o había sido suficientemente rápido como para atacarle por ese punto.
Muy a su pesar, Agatón tuvo que volver a centrarse en el combate. No había tregua en primera línea, no podía permitirse el lujo de relajarse, la lucha continuaba y las noticias sobre el estado en el que estaba su hermano deberían posponerse. El fervor guerrero recorrió sus venas, la posibilidad de que Hermógenes hubiese perecido le llevó a alcanzar un frenesí casi animal. Con una habilidad sorprendente, comenzó a asestar golpes y estocadas a todos y cada uno de los enemigos que tenía a su alcance. Parecía estar poseído por el mismo Ares, y pronto frente a su posición, el terreno quedó plagado de cadáveres y hombres malheridos. En ese instante el sonido de las flautas griegas tocó la orden de relevo en las filas, y Agatón, exhausto y cubierto completamente por la sangre de todos los enemigos a los que había abatido, fue avisado por el guerreo que combatía tras él. Entonces, recuperó el control y se echó a un lado para dejar paso a su compañero de atrás. Luego ocupó su lugar, y así sucesivamente hasta llegar a la retaguardia de la formación.
Allí, ya más relajado, echó un rápido vistazo a su alrededor en busca de su hermano. Al no encontrarlo, le dio un suave golpe al compañero que formaba delante de él y le dijo:
—¿Dónde están los heridos?
—Han retirado los cuerpos de los caídos hacía el campamento. He podido ver que había varios hombres heridos—dijo el hoplita.
—¿Has visto a Hermógenes? —preguntó un poco nervioso.
—No Agatón, no me he fijado. Aunque ya sabes que con el yelmo puesto es más difícil reconocer los rostros de los camaradas—volvió a decirle el guerrero.
—Lo sé…—dijo este resignado.
—Seguro que está bien. No te preocupes, tu hermano es duro—intentó tranquilizarle el guerrero.
—Espero que los dioses te escuchen, amigo…
El combate duró un buen rato más, aunque Agatón no llegó a ocupar la primera línea de nuevo, cosa que le calmó relativamente pues tenía la mente más centrada en el estado en el que se podía encontrar su hermano que en la lucha. La retirada se hizo de manera ordenada, y desde lejos pudo observar el estado en el que había quedado el campo de batalla. De nuevo decenas y decenas de cuerpos sin vida persas volvían a formar parte del paisaje de la zona. Gea se estaba dando un festín con la sangre de los invasores… El Gran Rey podía tener miles de hombres a su servicio, pero todavía no se había dado cuenta que ese estrecho paso se estaba convirtiendo en una fosa común para ellos.
Tan pronto como su unidad entró al campamento, Agatón se dirigió apresuradamente hacia la tienda que hacía las veces de enfermería para buscar a su hermano. Estuvo preguntando a varios sanitarios por él, pero estos estaban muy ocupados, y evidentemente no conocían a Hermógenes por lo que no le sirvieron de mucha ayuda. Se tuvo que dedicar a ir mirando de camastro por camastro. El espectáculo era terrible, había decenas de hombres heridos, de diversa consideración. Gracias a los dioses las veces que había tenido que ser atendido, no había revestido tanta gravedad como para tener que desplazarse hasta lugares de ese cariz. El lugar apestaba a muerte, su olor impregnaba cada uno de los rincones, y se colaba dentro de las fosas nasales provocando terribles nauseas. Los lamentos y lloros de los heridos y mutilados no ayudaban demasiado, se metían en la cabeza atormentando hasta al más cuerdo. No sabía cómo los médicos y sanitarios podían aguantar aquel espectáculo… Esa era la verdadera cara de la guerra y no el honor y la gloria que los espartanos, y a su vez su hermano tanto se afanaban en buscar. Era preferible sin duda perecer en el campo de batalla de un golpe certero, que agonizar lentamente fruto de las heridas infligidas. Al menos eso era lo que él opinaba y quizás los que allí se hallaban, debatiéndose entre la vida y la muerte, pensasen de igual modo.
La cosa se pone fea en las Termópilas. Agatón no tiene todavía noticias sobre el estado de salud de su hermano. Si quieres saber que es lo que le ha sucedido a Hermógenes, deberás estar atento a la próxima entrega del relato. Como siempre, el próximo lunes a partir de las 08:08 h. Si sigues con emoción lo que sucede en ese campo de batalla, tienes la posibilidad de viajar a la Hispania romana de época republicana, para acompañar a Valerio y sus compañeros en el camino a la gloria. Vive con él las aventuras de los aguerridos legionarios romanos en la conquista total de la provincia leyendo Las Crónicas de Tito Valerio Nerva. No te dejará indiferente.
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