Las filas de guerreros volvieron a chocar de nuevo a primera hora de la mañana. El rey persa no había parecido aprender nada de la primera jornada de combates, pues de nuevo había vuelto a lanzar a sus hordas contra los defensores del muro Foceo. Cuando los hoplitas griegos fueron llamados a filas de nuevo, Agatón pensó para sí mismo qué sorpresas les depararía el nuevo día. Ahora estaba a punto de vivirlo en sus propias carnes, allí formado en la primera línea de combate, aferrando con fuerza su pesado escudo y su renovada lanza, apretó los dientes al observar como los enemigos cargaban con ímpetu hacia ellos. Sin mirar a su hermano que formaba justo a su derecha, le dijo casi riendo:
—¿No querías gloria y honor? Pues prepárate porqué vas a tener de sobras esta mañana.
Hermógenes, un poco sorprendido por lo que le acababa de decir su hermano mayor, tan sólo acertó a responder:
—No soy tan avaricioso como piensas, creo que de este día, todos podremos sacar algo de provecho Agatón. Y no te preocupes por la gloria y el honor, no me la voy a quedar toda para mí, la repartiremos entre todos y habrá de sobras para todos.
Ambos hombres rieron fuerte, la conversación había sido graciosa. Incluso algunos de sus camaradas más cercanos, se contagiaron de las palabras de sus conciudadanos y rieron con ellos, tal vez fruto de la tensión que se respiraba siempre antes de entablar combate.
Esa mañana los tebanos habían tenido el honor de formar junto a los espartanos y a los arcadios. Los guerreros de esas poleis, habían sido los elegidos para encabezar la defensa matutina, por lo que habían sido los más madrugadores. Los propios generales se habían encargado de ir despertando a los suyos para informales de las nuevas. Apenas había amanecido cuando los soldados empezaron a recoger sus panoplias y con el estómago recién lleno tras ingerir un ligero desayuno, se dirigieron a las posiciones que les habían sido asignadas.
En esa ocasión no fue necesario ningún discurso o arenga para motivar a las tropas. No era necesario repetir lo que ya se había dicho con creces el día anterior, además cada cual ya conocía las razones por las que se hallaban allí destacados. Por ello, en completo y sepulcral silencio, los hoplitas fueron formando a la espera de que apareciese el invasor. No fue necesario esperar mucho rato, ya que, tras los sonidos de los tambores y trompetas, las tropas medas se vislumbraron en el horizonte. Como en las anteriores ocasiones, el número era muy superior al de los efectivos desplegados por los helenos, aunque estos últimos contaban con la ventaja de su posición estratégica. Los exploradores habían cumplido bien con su tarea, y tan pronto como se dieron cuenta de los movimientos en el campamento persa se dirigieron al suyo para informar a los generales y que estos tuvieran tiempo suficiente para preparar la defensa.
Allí estaban los tebanos, formados en el flanco derecho, justo al lado de los temibles espartanos que cubrían el centro. El flanco izquierdo fue para los arcadios. Agatón se giró una última vez hacía atrás y pudo comprobar como sobre el muro defensivo se habían agolpado algunos de los guerreros que no iban a combatir, tal y como habían hecho él y sus compañeros la tarde anterior. Otra vez tocaba de nuevo pelear por su libertad y por su hogar, por mucho que sus conciudadanos hubiesen decidido no participar de la alianza y someterse al yugo del Gran Rey sin oponer resistencia alguna. En el fondo de su ser, comprendía el miedo y temor que albergaban esos hombres y mujeres al invasor, preferían a diferencia de los voluntarios de Demócrito, vivir bajo el dominio persa que morir defendiendo sus ideales. Sí, vivir bajo el control de unos extranjeros, pero al fin y al cabo vivir. No por haber tomado esa decisión eran más cobardes que los que estaban combatiendo hombro con hombro con él en aquel desfiladero. No era él quien tenía que juzgarlos, no le correspondía. Eso era cosa de los dioses, los únicos capaces de realizar tamañas tareas. Ellos, simples mortales, debían tomar las decisiones que les pertocaban, y los que se hallaban allí habían tomado ya la suya.
El silencio se quebró cuando el Peán empezó a ser entonado. Las gargantas de todos los griegos, los que combatían y los que observaban desde la retaguardia cantaron al unísono el himno de guerra, mientras a escasa distancia los primeros gritos de los enemigos ganaban potencia. No dio tiempo de llegar a la tercera estrofa del cántico cuando las primera filas enemigas estuvieron a distancia de proyectil. Fue en ese instante cuando las filas de hoplitas se abrieron y de entre estas salieron los peltastas, infantes ligeros que portaban jabalinas, arcos cortos y hondas. A diferencia del día anterior en el que no participaron en los enfrentamientos, Leónidas y los demás strategoi decidieron hacer uso de ese tipo de tropas para sorprender al enemigo, y causar el mayor número de bajas posible antes de que llegasen hasta las filas de los defensores.
Los infantes ligeros, en gran número, aparecieron ante la atónita mirada de los atacantes y soltaron una lluvia de proyectiles de todo tipo, causando una gran mortandad entre las primeras filas persas, que apenas tuvieron tiempo para poder reaccionar y defenderse. Los atacantes cayeron en gran número y a su vez provocaron que muchos de los que venían corriendo tras ellos tropezasen con sus cuerpos y fuesen también al suelo. La acometida inicial se refrenó a causa de los obstáculos y en ese instante, desde las filas aliadas se escucharon varias órdenes:
—¡Ahora griegos, cargad! ¡Por Ares, mandad a esos desgraciados al reino de Hades!
De repente y entre gritos y aullidos de rabia, la formación helena inició su avance a paso ligero, arrollando a las primeras filas de persas, que estaban todavía reestructurando sus líneas. Los griegos no tuvieron piedad alguna de sus rivales, y a diferencia de los enfrentamientos previos en los que había mantenido una estrategia defensiva, tomaron la iniciativa y arremetieron contra sus enemigos con fiereza.
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