Las palabras del strategos le devolvieron a la realidad:
—Han apresado unas quince naves enemigas, junto con sus tripulaciones. Lo que no está tan claro es que pasará cuando la escuadra que está rodeando Eubea de la vuelta a la isla.
—Con suerte dará tiempo a que Euribíades repliegue a los suyos y busque un lugar mejor para combatir—dijo Hermógenes como si entendiese de estrategia naval.
—Espero que los dioses te escuchen muchacho, porque si nuestra flota queda atrapada, no se va a salvar ningún navío—dijo Clístenes poniendo cara de circunstancia.
Agatón que se había quedado en silencio, bebió un poco de agua de su cantimplora y dijo a los presentes:
—Debemos confiar en los atenienses. Ese tal Temístocles seguro que sabe lo que hace.
—Pero arriesgarse a perder toda la flota en un solo enfrentamiento…—le replicó su hermano menor—. Creo que la idea de replegarse no es tan mala, quizás Euribíades no tenga tanta experiencia como el otro, pero en ocasiones uno debe saber retirarse a tiempo para encontrar una situación más propicia para combatir.
—Vaya hermanito, ahora resulta que tienes el talento oculto de la estrategia. Y yo sin saberlo—dijo riendo Agatón.
Los demás también soltaron una carcajada ante el desparpajo mostrado por el muchacho que estaba hablando como si fuese todo un veterano. Este al ver que se reían de él dijo un poco enfadado:
—No poseo ese talento, simplemente expongo lo que cualquiera de nosotros haría…
—No te enfades muchacho—dijo Demócrito—. Tú hermano tiene razón, de que sirve huir si tarde o temprano te vas a tener que enfrentar a tu enemigo. Los atenienses ya vencieron al persa en una ocasión. Démosles otra oportunidad, ese Temístocles me gusta.
—Creo que deberíamos ir a descansar, tengo el presentimiento de que mañana va a ser un día mucho más duro que hoy—dijo Agatón levantándose y despeinando a su hermano con un gesto cariñoso.
—Buena idea, nos lo hemos ganado soldados, y como bien dice Agatón, no creo que los dioses nos deparen una jornada mucho más tranquila mañana—indicó el general desperezándose.
Se levantaron todos de su sitio y se dirigieron a donde tenían sus tiendas. Agatón y su hermano compartían la suya. Cada uno se tumbó en su lecho y antes de dormirse intercambiaron algunas palabras. El hermano mayor le dijo al menor:
—Ha sido un largo día Hermógenes…
—Cierto, aunque le hemos asestado un duro revés a los persas—dijo satisfecho el muchacho.
—Tienes toda la razón. Aunque quizás con la salida del sol las cosas se compliquen—expuso Agatón.
—¿A qué te refieres con esas palabras?
—Tan sólo quiero decir que quizás lo de hoy no haya sido más que un contratiempo para Jerjes. Los dioses nos han sido favorables, pero la fortuna no dura eternamente y ya sabes lo que decía padre…—dijo el mayor de los hermanos.
—Lo sé, cuanto más arriba estás, más fuerte será la caída.
—Cierto…
—Las dos victorias terrestres de hoy, más la de la flota en Artemisio han servido para demostrarle al rey de los persas que no estamos dispuestos a rendirnos. Que venderemos cara nuestra piel y que si quieren pasar por aquí tendrán que pagar un alto precio—dijo de nuevo Hermógenes satisfecho.
—Tus palabras son correctas hermano, pero debes refrenar tu euforia. Demócrito ya nos advirtió de que esto solo era el principio, y no le falta razón…
—Pero los espartanos han derrotado a los mismísimos Inmortales—interrumpió el joven—. ¿No es esa suficiente prueba de valor? ¿No crees que el todo poderoso rey de reyes será mucho más cauto y prudente a partir de ahora? —preguntó animado por la conversación.
—Precisamente eso es lo que más temo—respondió Agatón con cierta preocupación.
—¿A qué te refieres ahora hermano? No te comprendo.
—Pues que si Jerjes no ha sido capaz de superar y tomar nuestra posición usando sus tropas de élite, tal vez busque otra manera de hacerlo—explicó—. Y tal vez lo haga usando alguna estrategia que no signifique sacrificar a tantos de los suyos.
—Pero hoy hemos acabado con un buen número de enemigos…
—Estoy de acuerdo, pero debes tener en cuenta una cosa. ¿Cuántos de los nuestros han muerto o están heridos e imposibilitados para luchar? —dijo levantándose de su camastro.
El joven se quedó mirándole, preocupado por las palabras que su hermano le acababa de decir. Desde que era pequeño, Agatón había destacado por su inteligencia y por su prudencia, a diferencia de él, que había sido más impulsivo. En más de una ocasión se había visto envuelto en alguna pelea con otros muchachos y si no hubiese sido por su hermano mayor las cosas se habrían complicado. Siempre había estado pendiente de él, le había protegido, y le había aconsejado cuando había tenido alguna dificultad. Le conocía muy bien, por ello las últimas palabras que había pronunciado le generaron cierta preocupación. No tanto por el contenido de estas, pues sabía de sobras a lo que se refería, sino más bien por la manera en la que las había pronunciado. Se quedó mirándole fijamente y le dijo:
—Lo sé Agatón… La segunda oleada ha sufrido más bajas que en la que hemos combatido nosotros, al fin y al cabo los Inmortales son soldados de élite…
—Los generales saben que las fuerzas que tenemos son escasas en comparación al ejército del enemigo, es por ello que tan solo es cuestión de tiempo que nos venzan o que nos tengamos que retirar y dejar esta tierra a su suerte—explicó mientras cerraba los ojos.
—Frenaremos su avance tanto como sea posible, y cuando ya no podamos contenerlos, lucharemos hasta el último aliento—dijo el joven—. Venderemos cara nuestra piel, acabaremos con el mayor número de persas que podamos.
—Leónidas tendrá la última palabra, él es el comandante de esta fuerza.
—Entonces estoy seguro de que lucharemos hasta el final, los espartanos no se retirarán del campo de batalla. Su honor no se lo permitirá—dijo Hermógenes.
—Esperemos que no sea necesario recurrir al honor hermano, en ocasiones puede ser un mal consejero. Los hombres deberían guiar sus acciones por medio de la razón, créeme, las cosas irían mucho mejor.
—A veces pienso que tu lugar no está en el campo de batalla Agatón, eres más un orador que un guerrero—sonrió el joven mientras se daba media vuelta—. Que descanses.
—Que los dioses protejan tus sueños hermanito…—respondió este a su vez mientras cerraba sus ojos.
Por mucho que intentase hacer o decir, Hermógenes no cambiaría de opinión. Se había modelado su propia idea sobre los ideales de Esparta. Hasta ese día sólo sabía de sus valientes guerreros a través de las historias que había escuchado, pero tras verlos en persona, combatiendo con esa fiereza y determinación, su admiración había ido en aumento. Temió por un instante que los que estaban en ese paso, al igual que su hermano obrasen más con el sentido del honor que con la razón. Los tiempos de los héroes pertenecían al pasado remoto. Los nombres de Aquiles, Héctor, Diomedes, Odiseo, Menelao…, eran más míticos que reales. Ni siquiera se sabía si realmente habían existido, desconocía si eran historia o leyenda… Pero en ese momento, en ese lugar, los hombres que luchaban por su libertad, quizás necesitasen aferrarse a su recuerdo para llenarse de valor y poder hacer frente a semejante situación. Sólo el tiempo lo diría.
Si quieres saber como continua este relato, estate atento a la nueva entrada que se publicará el próximo lunes a la hora de siempre, las 08:08. Si la impaciencia se apodera de tí, siempre puedes optar por saber más sobre la historia de la Roma republicana y de sus implacables ejércitos de la mano del legionario Tito Valerio Nerva y sus camaradas de la IVª legión Macedónica. Aquí te dejo un enlace para que puedas conocerle, Las Crónicas de Tito Valerio Nerva.
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