Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana vuelvo a retomar la saga de artículos dedicados a lo que ocurrió en la República romana después del asesinato de Julio César. Recordad que los anteriores artículos llevan por título: La República tras la muerte de César, El advenimiento de Octavio: de niño a hombre y El segundo triunvirato y la lista de proscripciones. En la entrega de hoy voy a hablaros de Filipos y el nuevo orden republicano. Os garantizo que os va a encantar.
¡A por la venganza!
Dejamos al joven César y a Antonio camino de Oriente, prestos a vengar la muerte del dictador. Tarea que no iba a ser sencilla, ya que los llamados Libertadores, es decir los conjurados para entendernos, no se habían quedado de brazos cruzados. Habían aprovechado bien el tiempo para reclutar más de veinte legiones. Un número nada despreciable, que sumadas a las casi cuarenta que tenían los triunviros en total, nos llevan a las sesenta o más. Imaginad la cantidad de recursos militares que había movilizados en aquellos tiempos.
De esas veinte legiones, algunas de ellas fueron creadas por Julio César en su día, y ahora estaban en el bando de sus asesinos. No es que le debieran nada al dictador, y menos a su heredero o a Antonio, pero al menos parece chocante a simple vista. En todo caso, sobre si eran más leales a los aristócratas que las dirigían, si me permitís, también tengo mis dudas. Así que más bien podría decirse que eran leales a las monedas que estos les pagaban por servirles.
Esas provincias orientales de la República también se vieron afectadas por la guerra, ya que fueron presionadas fiscalmente para sufragar los costes. No es que tuvieran muchas alternativas, y más viendo lo que le ocurrió a la isla de Rodas tras oponerse. Casio al frente de sus legiones la invadió, y después vendió a parte de su población como esclava, al igual que a algunas comunidades de Judea.
Las acciones de los «Libertadores» en Oriente
Bruto no se quedó corto, y asedió y saqueó la ciudad de Janto, en Licia, provocando que toda su población acabara suicidándose para no ser vendida como los rodios. Con esos ejemplos, es lógico que al final, la mayoría de las ciudades acabaran entregando lo que se les solicitaba.
Bruto fue más allá, e incluso osó acuñar moneda de plata con su propia efigie en el anverso. Julio César ya lo hizo en su momento, y los triunviros también, así que con su gesto se igualaba a ellos. A mí me da que lo de Libertador le iba un poco grande al tipo.
En el verano del 42 a. C., los dos ejércitos combinados de Casio y Bruto cruzaron el Helesponto y entraron en la región de Macedonia. Allí entablaron un primer choque contra la avanzadilla de los triunviros, compuesta por tan solo ocho legiones. Estas se tuvieron que replegar hacía Anfípolis, situada al oeste de la provincia. Sus enemigos no les persiguieron, sino que se hicieron fuertes en la ciudad de Filipos, que fue fundada en el siglo IV a. C., ¿a qué no sabéis por quién? Sí, por Filipo II de Macedonia, el padre de Alejandro Magno.
Mientras tanto César y Antonio se esforzaban por poder cruzar el Adriático con el resto de tropas. Algo que sin duda no era sencillo, ya que las flotas enemigas no dejaban de hostigarles. Incluso en el mismo puerto de Brundisium, en Italia, eran atacados. ¿A qué no sabéis quien era el que les molestaba? Pues ni más ni menos que Sexto Pompeyo. El rebelde hijo de Pompeyo Magno que estaba siempre atento a molestarles.
Simbólico fue también el punto escogido para desembarcar por César. Se trataba de la ciudad de Apolonia, el mismo lugar desde el que partió más de dos años antes cuando le llegó la noticia del asesinato de su tío abuelo. Fue allí donde le dio uno de sus famosos achaques. Eso le impidió poder avanzar más, cosa que por otra parte sí que hizo Antonio. El triunviro llegó a Anfípolis para reforzar las defensas con sus tropas.
Primeros movimientos de tropas
La osadía de Antonio era tal, que incluso acampó cerca de Filipos. Aunque los Libertadores le superaban con creces, optaron por no abandonar las defensas. Quizás se equivocaron al no aprovechar aquella oportunidad, ya que, en diez días, César se reunió con su socio. La cuestión es que fue transportado hacía el frente de batalla en litera ya que aún no se había recuperado, y eso que no había cumplido aún los 21 años.
Analicemos ahora las fuerzas enfrentadas para tener una mejor idea de lo que estaba por venir. El ejército de los triunviros contaba con diecinueve legiones y se enfrentaba a las diecisiete que dirigían Casio y Bruto. Estos tenían ventaja en lo relativo a jinetes, teniendo a su disposición veinte mil contra los trece mil de sus enemigos. Aquí es donde surge la siguiente duda. ¿Sabemos si las legiones estaban completas? Si así hubiera sido, estaríamos frente a unos números espectaculares, ni más ni menos que cercanos a los doscientos mil combatientes.
Llegados a este punto, deberíamos ser cuidadosos como siempre os digo. Imaginad los recursos que consumirían tantos hombres y animales. Es muy probable que no todas las legiones estuvieran al 100% de efectivos. Aunque hubiera veteranos en ambos bandos, lo cierto era que la inmensa mayoría eran inexpertos. Al igual que lo eran los oficiales al mando, y eso no dejaba de ser un contratiempo importante.
Ni Casio ni Bruto poseían mucha experiencia militar. Antonio la tenía, aunque no era César ni Pompeyo, y el joven César carecía de ella. O sea que la conclusión que podemos sacar antes de meternos en el meollo de la cuestión, era que los ejércitos pese a ser numerosos y grandes, no dejaban de ser torpes y sin un liderazgo eficaz. Imaginad que Pompeyo y César en la batalla de Farsalia disponían de la mitad de hombres que ellos, y ya les costó comandarlos.
Y ni siquiera estaban unidos por bandos, ya que los ejércitos de Casio y Bruto no estaban integrados en uno solo, como tampoco los de los triunviros. Cada uno luchaba para su benefactor y el mando no era único.
Situación de los ejércitos
En cuanto a la disposición de los campamentos de Bruto y Casio, sabemos que estaban separados entre sí y en posición elevada. El de Bruto estaba situado en el flanco derecho, pegado a una línea de colinas, y el de su socio a la izquierda, junto a una amplia extensión pantanosa. Los dos castra se unían por una línea de fortificaciones. Como es de cajón, el acceso al agua era bueno y los suministros llegaban desde la costa por una ruta segura.
Al contrario que sus enemigos, que tenían algunas carencias en cuanto a provisiones. Es muy posible que los Libertadores pensaran que era mejor esperar que se quedaran sin suministros para poder tener más ventaja. Los dos triunviros eran conscientes de sus limitaciones, así que no les quedó más remedio que tomar la iniciativa en las operaciones. Las legiones de César acamparon frente a las de Bruto, y las de Antonio frente al otro campamento. Pasaron días sin que se entablara combate alguno, más allá de leves escaramuzas.
Antonio trató de rodear la posición de Casio avanzando por la zona pantanosa, aunque este se dio cuenta y construyó unas defensas en la zona para evitar el ataque. El 3 de octubre, Antonio ordenó lanzarse contra esas fortificaciones laterales dando inicio a la batalla de Filipos.
¿Una batalla demasiado campal?
Fue ahí donde surgieron los problemas de coordinación entre los oficiales de alto rango de los Libertadores, que no tenían experiencia alguna para dirigir a un ejército tan grande y tan nobel. Las legiones avanzaron desordenadamente siguiéndose unas a otras. El flanco izquierdo de los triunviros, en el que formaba la legión IV fue sobrepasado y flanqueado por el enemigo, emergió el pánico y el ejército de César perdió la disciplina y emprendió la huida. Las tropas de Bruto se veían victoriosas y comenzaron la persecución, llegando a acceder al campamento del triunviro. Comenzó el saqueo del mismo, dejando de lado a los enemigos.
Mientras tanto, los hombres de Antonio consiguieron sobrepasar la muralla lateral del campamento de Casio y avanzaron hacia el interior dirigidos por su general. Los legionarios de Casio comenzaron a recibir noticias de la cercanía del ejército enemigo y comenzaron a perder la moral. La situación parecía tan adversa que incluso el propio Casio confundió a la caballería de Bruto con la del enemigo. Acto seguido le pidió a su criado personal que le ayudara a quitarse la vida con honor antes de ser capturado.
Mientras tanto, en el flanco contrario, los hombres de Bruto, cargados con el botín saqueado, regresaron a su campamento desobedeciendo las indicaciones de su general. Así pues, teníamos dos victorias, una para cada bando, en cada uno de los flancos.
¿Y dónde estaba César mientras tanto?
Sobre el papel de César, existen dudas, ya que no se le vio en el campo de batalla. Las malas lenguas dijeron que no estaba al frente de sus tropas, ya que continuaba estando enfermo, pero tampoco nombró a un oficial para que le supliera. El vacío de poder generado en ese flanco, pudo ser una de las causas de la derrota de su ejército. Parece ser que el médico del joven, aconsejó trasladarle antes de la batalla a un lugar más seguro. Permaneció escondido durante tres días antes de regresar al que había sido su campamento, lo cual no le dejó en muy buen lugar.
El resultado de la primera batalla de Filipos fue el de empate técnico, aunque las bajas fueron más numerosas entre las filas cesarianas, llegándose a perder incluso algunos estandartes. Además, el convoy con provisiones que les llegaba desde Italia a los triunviros fue asaltado y destruido, con lo que las cosas pintaban aún peor.
Antonio aprovechó el repliegue de las tropas de Casio tras la derrota para tomar una posición elevada en su flanco y construir una fortificación. Ahora el triunviro controlaba también la línea de suministros del ejército de Bruto.
Segunda parte de la batalla
Un poco contra las cuerdas, el 23 de octubre, Bruto decidió plantar batalla a sus enemigos. Pero aquella vez, la respuesta de los triunviros fue mucho más coordinada e hicieron retroceder poco a poco a las tropas rivales. Bruto se replegó en orden y mantuvo la posición un tiempo, hasta que dándose cuenta de que estaba todo perdido, siguió a su colega Casio a la otra vida de la misma manera, arrojándose sobre su espada.
Por suerte para él, el joven César ya estaba suficientemente recuperado y había tomado parte activa en la segunda batalla. Eso le dio algo de crédito, aunque el que se llevó casi todo fue Antonio. La mayor parte de los aristócratas que habían sido derrotados, alabaron a Antonio y decidieron unirse a él y a su causa antes que a la del muchacho, al cual tampoco tenían en gran consideración.
Aunque no se hubiera llevado el máximo mérito, la venganza del asesinato de su tío abuelo se había llevado a buen puerto. Lo siguiente era conceder tierras a los hombres que les tocaba licenciarse y ese iba a ser un nuevo escollo con el que lidiar. Esa tarea le tocaba a César, mientras que Antonio se quedaría en la parte oriental asegurándose la lealtad de las provincias y que pagaran con creces su traición.
Pero antes de embarcarse rumbo a Italia, César volvió a enfermar gravemente. Incluso durante algún tiempo se temió pos su vida sin saberse con certeza cuál fue su dolencia.
De lo que ocurrió después, os hablaré en la siguiente entrega. Sed pacientes que todo llegará.
Un saludo,
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