Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana voy a seguir con el relato de la apasionante saga dedicada a los acontecimientos ocurridos tras el asesinato de Julio César. Seguiremos sumergiéndonos en esos tiempos tan convulsos de la ya agónica República para seguir el relato en el mismo punto en el que lo dejamos en la última. Y es que hoy voy a hablaros sobre un tema que seguro que os gustará, el segundo triunvirato y las listas de proscripciones. Recordad, que fue tras la batalla de Mutina, y el nombramiento de Cayo Julio César Octaviano como cónsul a la temprana edad de 19 años. Todo un hito como ya os expliqué.
Así que será mejor no entretenernos que nos queda un largo camino por delante aún. Aunque nuestro joven César obtuviera el tan preciado consulado, no fue lo único que consiguió. Sabemos que el pueblo romano votó la ley que confirmaba su adopción completa por parte de César. Más allá de lograr únicamente eso, que a mi ya se me antoja mucho, se aprobó la ley que revocaba la amnistía por los hechos acontecidos en los idus de marzo del 44 a. C.
Lo que venía a ser más bien algo que tarde o temprano acabaría llegando. Se declaró el asesinato de César como un crimen, con lo que ello comportaba. Eso hizo que tanto Bruto como Casio perdieran el control sobre las provincias a las que habían sido asignados. Fueron declarados culpables in absentia (es decir sin estar presentes), junto a otros participantes en la conjura. Para juzgar ese crimen se creó un tribunal especial que se reunió y los juzgó en su solo día. O sea que fueron por faena como se dice vulgarmente.
Cabe decir que los miembros de ese tribunal no fueron elegidos al azar, y se les vigiló meticulosamente. Solo uno de ellos tuvo la osadía o la poca cabeza de votar a favor de la absolución de los conspiradores. Tampoco sabemos que fue lo que le sucedió después.
Cambios importantes
Lo que si que sabemos es que se promulgó otra ley mediante la cual, Marco Antonio y otros hombres que le habían apoyado, dejaron de ser considerados enemigos públicos de la República. A su vez, el hijo del difunto Pompeyo, Sexto, perdió su cargo y fue considerado de nuevo un rebelde. Como podéis ver, los juicios estaban a la orden del día, y las lealtades cambiaban muy a menudo.

El joven César, pagó al pueblo de Roma su parte proporcional del testamento del dictador. También se vio obligado a entregar 2500 denarios a cada uno de sus legionarios. Los recursos escaseaban y tuvo que decirles que la otra mitad se les pagaría a su debido momento. Al menos les entregó algo que ya era mucho, pero esa deuda pendiente era algo de lo que no se podía olvidar.
Su situación en aquel momento era aún mejor que antes de ocupar la magistratura. Tenía bajo su mando once leales legiones, aunque Antonio, y su nuevo colega, Lépido, contaban con el doble. Sobre si estas estaban completas o no, hay serias dudas. Y es que uno podía tener veinte legiones, pero si estas estaban bajo mínimos tampoco reportaban una ventaja seria. En cualquier caso, parece que se estilaba más presumir de cantidad de legiones, que de los efectivos totales que tenían.
Se reanudan las hostilidades
El ejército e César se puso en marcha de nuevo hacia la Galia Cisalpina, donde le esperaban Antonio y Lépido con sus ejércitos. Décimo Bruto, por su parte, siendo ya prófugo de la justicia, se refugió en la corte de un antiguo aliado galo que hizo. Aunque no duró mucho, ya que este, ávido de agradar a los nuevos señores de Roma, le asesinó y le envió la cabeza al Senado como prueba.
Y ahora diréis, ¿pero Bruto no murió en Filipos un año después? Si, Marco Junio Bruto sí, pero os hablo de Décimo Junio Bruto Albino. ¿Y este era el de Mutina? El mismo. Pues vaya lío de Brutos que tenemos. Cierto, y por ello os lo voy a aclarar. Resulta que en la conjura participaron dos Junio Brutos. Este era mayor que el otro, y también era pariente lejano de César. Fue convencido por el más joven para unirse al asunto turbio, y el hombre acabaó aceptando-
Así pues, en el 43 a. C., uno de los Brutos desaparece del tablero, quedando solo el otro. Este segundo sería el que rendiría cuentas llegado el momento en la batalla de Filipos.
Pero volvamos a los otros protagonistas de la historia, los que estaban vivos. Siendo conscientes de que iba a ser una guerra larga, cruenta y costosa, en la que muchos tendrían que enfrentarse a antiguos compañeros de armas, se optó por el dialogo. Asçi pues, los tres generales comenzaron a intercambiarse cartas tratando de buscar un acuerdo común. Se le añadía el hecho de que en Oriente los asesinos de César estaban preparándose concienzudamente para lo que pudiera pasar. A finales de octubre de aquel mismo año se reunieron en Bononia, al norte de Mutina.
El segundo triunvirato de la República
Tras intensas negociaciones, los tres líderes llegaron a un acuerdo que decidieron plasmar como una alianza oficial. Incluso se concluyó que una vez llegaran a Roma se redactara una ley. Los tres acordaron compartir el poder supremo que ostentaría un dictador. Se convirtieron pues en tresviri rei publicae constituendae. O lo que es lo mismo, en triunviros con poder para restaurar el Estado.

César aceptó renunciar a su breve consulado, dimitiendo en favor de Ventidio. Este ostentaría el cargo hasta finales de aquel año. Con ese pacto, los tres se dirigirían a Roma con una parte de sus tropas combinadas. Ya no quedaba nadie en Italia que se les pudiera oponer militarmente. De esa manera la entrada en Roma fue pacífica, y el 27 de noviembre, la Asamblea Popular ratificó el triunvirato. Se le otorgó ese poder durante los siguientes cinco años. Además, los tres generales reconocieron formalmente el reparto de provincias que ya habían hecho previamente.
Y las cosas quedaron de la siguiente manera: Lépido se quedó la Galia Transalpina y las provincias hispanas. Antonio el resto de la Galia y César se quedó Sicilia, Cerdeña y las islas cercanas a África. Esas provincias se controlaron mediante legados leales a ellos ya que no era necesario que estuvieran de cuerpo presente.
Se convirtieron más en caudillos con ejércitos más leales a ellos que a la República. Pero sus enemigos, Sexto Pompeyo, por un lado, y Casio y Bruto por el otro, habían hecho lo propio con sus tropas.
Un cambio en las estructuras de la República
El joven César con veinte años había vuelto a ascender, pasando de ser cónsul a ser triunviro. Se había colocado por encima del Senado y de muchos hombres con más experiencia. Sin duda la carrera meteórica del muchacho le auguraba un futuro más que prometedor. Apenas le quedaba algo más que conseguir, y es que casi había logrado el poder absoluto.
Pero todo ascenso al poder, y más haciéndolo de aquella manera, implicaba un daño colateral. Y en este caso llegaría en forma de la famosas y temidas proscripciones. Así se llamó a esas listas de traidores, en las que constaban los nombres de los que suponían una amenaza. Esas personas era mejor sacárselas de en medio lo antes posible.
Ya de camino a Roma, los triunviros se encargaron de entregar una lista con varios nombres a sus leales. Se formaron avanzadillas para eliminarlos antes de la llegada y tener el trabajo ya hecho. Si les sacaban de en medio, nadie se les opondría y sembrando el miedo, ya sabéis como funcionan las cosas.
El terror se apodera de Roma
Evidentemente no se dio aviso a nadie de lo que se avecinaba. Pero como no era nada nuevo, sabemos que algunos de los hombres que estaban en esas listas, fueron hábiles y huyeron de Roma. Entre ellos estaba nuestro querido Cicerón, que algo se olería para huir. Imagino que las Filípicas contra Antonio tendrían algo que ver.

Aquella primera noche fue un caos en la ciudad. EL terror se adueñó de las calles y sobre todo de algunos de los hombres más ricos e influyentes de la ciudad. Aquellos que habían expuesto su desacuerdo con cualquiera de los nuevos señores de la República lo pagaría muy caro.
Pero con la llegada de los tres elegidos a la capital, la cosa no hizo sino empeorar. Se estaba reviviendo lo acontecido pocas décadas atrás, en tiempos de Sila. el dictador ya hizo algo muy parecido con sus rivales políticos en su día. Hay constancia de que se colgaron dos listas en unos tableros en el Foro, y los que constaban en ellas pasaron a ser enemigos del Estado. Las consecuencias que ello reportaba eran más que conocidas.
Sálvese quien pueda…
Pasaban a ser un premio para aquellos que estuvieran sedientos de recibir una recompensa por parte de los socios del gobierno. No solo los legionarios tenían derecho a matarlos. Cualquiera podía hacerlo y a cambio recibiría parte de sus propiedades. Pero para cobrar esa recompensa se requería presentar previamente la cabeza del objetivo. Una vez presentada y confirmada la identidad, esta se clavaba en la Rostra como ejemplo para el resto.
Imaginad ahora que tiempos más convulsos. El terror apoderándose de las calles de Roma. La gente huyendo o incluso siendo asesinada en su propia casa por familiares o vecinos. Y es que ya no importaba nada, tan solo enriquecerse a costa de la vida de otros. Aprovechar la oportunidad para limar viejas afrentas, o simplemente sacar beneficio de la situación. Además, se advertía que cualquier persona que prestara ayuda a esos traidores, sería tratado de la misma manera que ellos.
La lista inicial llegó a ser de varios centenares de nombres y los meses siguientes llegó a alcanzar la cifra de dos mil personas. Por desgracia los romanos estaban más que acostumbrados a eses tipo de acciones. No solo me refiero a lo ocurrido con el antes nombrado Sila. Sin ir más lejos, el mismo Cicerón hizo algo similar, aunque en menor escala cuando se juzgó a los seguidores de Catilina en su conjura.
Nadie podía plantarles cara a los triunviros, que tenían a sus legiones apoyándoles. La justicia era injusta de nuevo y como dijo un oficial de Antonio en un tono bastante irónico: “no resulta sencillo escribir críticas de alguien que puede proscribirte”. Razón no le faltaba al hombre por muy cruel que pudieran sonar sus palabras.
La dureza de las proscripciones
La lex Titia que daba validez al triunvirato se aprobó el mismo día de ser presentada, contra todo pronóstico. Normalmente se requerían tres días para hacerlo, pero la situación así lo requería. La cuestión fue que los nuevos amos de Roma dijeron que no querían cometer el mismo error que César en su día. El dictador se mostró clemente con los vencidos y les perdonó. Pero ellos no iban a equivocarse y a dejar vivos a quienes después podían traicionarlos. Esa era la manera de justificar sus terribles actos.
Se sabe que incluso Antonio y Lépido inscribieron en la lista a parientes suyos, tratando de esa manera de dar ejemplo. La sangre y el linaje de la gens no era un motivo suficiente para estar a salvo. Lo que importaban eran las lealtades políticas, y llegado el caso los triunviros no aceptarían a aquellos que les hubieran cuestionado.
Evidentemente no todo estaba tan claro. Después de supo que Lépido seguramente avisó a su hermano Emilio Paulo para que pudiera huir a Mileto. Además, el propio Antonio acabó perdonando al hermano de su madre. En parte gracias a la mediación de esta en público, aunque podría haber sido un paripé como otro cualquiera.
Incluso los cónsules cayeron
Incluso Cicerón tuvo la oportunidad de escapar a la purga, aunque la mala suerte evitó que su nave pudiera partir a Oriente. Halló la muerte el 7 de diciembre del 43 a. C. y se convirtió en un aviso para navegantes. Ni un ex cónsul estaba a salvo de las proscripciones.
Hay constancia de que el joven César trató de aplacar los ánimos en lo relativo a Cicerón. Recordó imagino el apoyo que este la había brindado en su momento. Aunque no sirvió de mucho ya que Antonio lo tenía ya enfilado. El aristócrata ordenó que le trajeran la mano derecha y la cabeza del senador para clavarlas en la Rostra. Quería vengarse de la mano que había escrito la Filípica y de la boca que la había pronunciado.

Las lenguas, las malas me refiero, hicieron alusión a que ese énfasis por matar a tantos enemigos ricos en propiedades tenía un doble objetivo. Hacerse con sus propiedades, subastarlas y quedarse con el dinero para financiar sus 40 legiones que estaban en pie. Además, el nuevo modelo de Estado que estaban construyendo también requería una financiación. Existe la posibilidad de que, aprovechando la creación de las listas, se incluyeran algunos nombres que no supusieran amenaza alguna. Quién sabe lo que ocurrió allí…
Historias para no dormir
Hay historias rocambolescas sobre lo que se hizo y dejó de hacer en esos tiempos. Los rumores decían que Antonio y su esposa Fulvia aceptaron sobornos a cambio de perdonar la vida a hombres ricos. Y que incluso el triunviro perdonó a uno a cambio de dejarle acostarse con su esposa. Historias las hubo de todos los gustos y colores y se recogieron en obras posteriores.
Se dice que esas proscripciones permitieron incluso que algunos esclavos se ganaran la libertad traicionando a sus amos. Por el contrario, hay versiones que afirman que los triunviros castigaron a esclavos por eso. Quizás on la intemción de demostrar a la gente que el orden se debía mantener incluso en aquellos tiempos aciagos.
Pero de todo lo que se subastó, se obtuvo más bien poco. Y seguro que ahora os preguntaréis por qué. Pues muy sencillo, si fuerais un hombre rico, ¿querríais demostrarlo en público comprando propiedades? Además, ya ocurrió en tiempos de Sila que los que intentaron beneficiarse de esas proscripciones fueron a su vez atacados por avariciosos.
Esa falta de fondos hizo que los triunviros tuvieran que tomar medidas fiscales drásticas. Por ejemplo se subieron los impuestos a los más ricos en base a sus propiedades que tenían. Incluso trataron de imponer tributo a las 1400 mujeres más ricas de la ciudad. De la mano de Hortensia, las mujeres fueron a ver a las esposas de los triunviros. Y más tarde, se dirigieron al mismo Foro para ver a los amos de Roma.
Medidas contundentes
La muchedumbre apoyó a las mujeres y los triunviros alabaron su valentía. Aceptaron reducir el número de mujeres que debían pagar hasta 400. Aquella protesta tuvo su éxito, aunque fueron otros hombres los que suplieron el condonarles a ellas el tributo.
Otras de las medidas que agradaron poco a la población fueron la de incautar la mitad de la producción agrícola. O que las comunidades de Italia fueran obligadas a alojar a los soldados en invierno y mantenerlos. Con tantos hombres, no había donde acantonarlos. Tiempos duros para una República que estaba viviendo sus momentos más aciagos.
El año 42 a. C., se inició con Lépido como cónsul, junto a Munacio Planco, otro leal a Antonio. Además, se divinizó a Julio César y se iniciaron los trabajos para la construcción de un templo dedicado a su memoria. Este se levantó justo en el lugar en el que tuvo lugar su incineración.

Eso hizo que el joven César ya no fuera solo heredero de su nombre, sino que además le convirtió en hijo de un Dios. Al menos fue prudente e inicialmente optó por no apropiarse de ese título tan sagrado.
Medidas políticas para afianzar la alianza
Para afianzar esa alianza frágil, César se casó con la hija del primer matrimonio de Fulvia, la esposa de Antonio. Esta se llamaba Claudia y el hecho de ser una aristócrata de pura cepa le ofrecía todo y más al joven triunviro. Era aún joven para casarse, pero la ceremonia se celebró, aunque César y ella hicieron vida marital separada. Dos años después, la pareja se divorció, y el esposo afirmó que la niña seguía siendo virgen.
La cuestión era que ese matrimonio reforzó los lazos políticos entre los que hasta hacía poco habían sido enemigos acérrimos. Los tiempos habían cambiado y las necesidades habían empujado a esos dos hombres a pactar.
El siguiente paso era vengar la muerte de Julio César. Había pasado ya demasiado tiempo y una vez la situación estaba bajo control, tocaba encargarse de los culpables. Por ello, ambos generales partieron a Oriente al frente de sus ejércitos para enfrentarse a Bruto, Casio y todos sus partidarios.
Lépido se quedó guardando Italia. La gloria de vengar al dictador recaía sobre ellos. Si perecían en el intento, estaba claro que sería Lépido el que tendría que dar buena cuenta ante los vencedores.
Y llegados a este punto del realto, creo que voy a detenerme por ahora. Lo voy a hacer a las puertas de la batalla de Filipos, aunque sé que os molestará, pero así en la siguiente entrega entramos en el meollo de la cuestión.
Un saludo y nos leemos en la siguiente entrada.
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