Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana volvemos a hablar de Roma, concretamente del siglo III d. C., aquellos tiempos convulsos marcados por una inestabilidad general que ha llevado a los investigadores a tratarlos como un período de crisis general. Pero sobre estos tiempos ya os he hablado en anteriores entregas a nivel más genérico. Hoy voy a ser más preciso y os voy a hablar de una crisis dentro de la crisis global, y es que voy a tratar lo sucedido en el imperio tras la muerte de Aureliano, uno de los emperadores que más estabilidad habían proporcionado al imperio.
Aureliano, al que las fuentes llamaron Restitutor Orbis, o restaurador del mundo (en este caso romano) porque sin duda fue lo que tuvo que hacer para reunificar un imperio dividido cuando subió al trono, fue uno de los mejores emperadores de ese convulso momento del imperio.
Tuvo éxito y eso obviamente generaría también temor y por ende envidias. La cuestión es que una cosa llevó a otra y en el 275 mientras se hallaba en Tracia fue asesinado.
Situación crítica tras su muerte
Se cuestiona quiénes fueron los responsables de su muerte, aunque la versión que más partidarios tiene es la de que el instigador fue uno de los secretarios imperiales, llamado Eros. Este metió el miedo en el cuerpo a algunos oficiales del emperador, diciéndoles que Aureliano los tenía en una lista negra. Estos, asustados decidieron que era mejor anticiparse porque sabían que el carácter de Aureliano era fuerte y podía ser que fuera capaz de ejecutarlos. Lo peor de todo este asunto es que Eros lo hizo para cubrirse él mismo ante el emperador por una falta. Esta no era grave, pero quizás desde su perspectiva si que lo parecía.
La cuestión es que, una vez desaparecido el emperador, no había ningún candidato a sucederle, ya que no había designado a nadie. Ese vacío de poder se prolongó más tiempo de lo necesario y las fuentes llegaron a decir que el imperio estuvo cerca de seis meses sin emperador. Tampoco existen datos suficientes que nos permitan asegurar si fue cierto o más bien una exageración.

El sentido común nos hace pensar en que la sucesión fue mucho más rápida, a lo sumo cuestión de algunas pocas semanas. Fue Marco Claudio Tácito, un hombre de edad avanzada el que le sucedió en el trono. Este señor pertenecía a la orden senatorial y era un oficial de alta graduación ya retirado que había ascendido en el escalafón social desde la orden ecuestre.
Del retiro a la vida activa
Tácito tras regresar a la vida pública a finales del año 275 se propuso llevar a cabo alguna gesta militar en calidad de emperador. Por ello puso en marcha a su ejército hacia Asia Menor para iniciar una campaña militar. Pero en aquella ocasión los enemigos a batir fueron los godos y otras tribus germanas que se estaban especializando en la piratería. Para saber más sobre la situación en las fronteras romanas en ese momento podéis consultar mi artículo: Las fronteras romanas en el siglo III.
Las cosas le fueron bien y venció a los piratas sin demasiadas dificultades, aunque una mala decisión hizo que su popularidad cayera en picado y que acabara decidiendo su destino a la postre. Nombró gobernador de Siria a un familiar suyo, de nombre Maximino, que pronto dejó claras cuales eran sus intenciones. Y es que este tipo demostró ser cruel y avaricioso además de corrupto, por lo que pronto fue asesinado por sus propios subordinados. ¿Y que hicieron posteriormente estos? Pues temiendo ser castigados por su emperador, optaron por matarlo a él también por si acaso.
El nuevo emperador
Ya veis que en esos tiempos, deshacerse de alguien por si las moscas era bastante habitual, por muy emperador que uno fuera. Tácito gobernó muy poco tiempo, y le sucedió el prefecto del pretorio, Marco Anio Floriano. Este no era muy popular, o por lo menos no era del gusto de todos. El primero en no aceptar su nombramiento fue un gobernador provincia llamado Marco Aurelio Probo. Reunió un contingente bastante importante formado por tropas de Egipto y Siria y se autoproclamó emperador.
Al contar con el apoyo de los militares y del ejército, no tuvo mayor dificultad para deshacerse de Floriano. Este murió a finales del año 276 a manos de sus propios soldados. Quedaba claro que no le veían como el candidato idóneo y que confiaban en la gestión de Probo.
El nuevo emperador era un militar de carrera que había servido en la frontera del Danubio. Y aunque suene raro, estuvo al frente del imperio la friolera de seis años, algo que no era muy habitual en aquellos tiempos. Esos seis años se los pasó guerreando en las mismas fronteras de siempre, las del norte y las de Asia Menor y Egipto en la parte oriental. Esas guerras exteriores no significaban que desde dentro no le quisieran usurpar el trono. De hecho se tuvo que esmerar para reprimir algunas serias como en el Rin y en Britania.
Más y más revueltas
Pero además de todo lo que os he nombrado, Probo tuvo que hacer frente a más dificultades. Entre las que destacaron los constantes ataques y saqueos protagonizados por las bandas de ladrones de la Galia, las llamadas bagaudas. En la zona de Isauria, en Asia Menor, un tal Lidio, al que acusaron de bandido también se rebeló contra la autoridad imperial. El emperador se vio forzado a enviar a uno de los gobernadores provinciales, un tal Terencio Marciano para hacerse cargo de la situación.
Tras derrotar a los bandidos, estos se refugiaron en la ciudad de Cremna. ¿Y qué sucedió a continuación? Sencillo, lo de siempre. Un asedio como los dioses mandaban y en los que los romanos seguían siendo unos expertos. Rodearon la ciudad con una muralla y dejaron encerrados a los bandidos. Posteriormente situaron catapultas sobre estos muros e iniciaron el correspondiente bombardeo. Acto seguido llegó el turno para iniciar la construcción de un terraplen que cumpliría con la función de rampa. Vamos al estilo tradicional de tiempos del alto imperio. Ante tal obra de asedio, los defensores poco pudieron hacer y tras la muerte de su líder, el tal Lidio, optaron por rendirse.

Y es que el ejército romano de ese momento continuaba siendo un instrumento de guerra muy bien engrasado. Eran tropas bien entrenadas e instruidas, y cuando aparecía en escena un comandante con cualidades, se convertía en una herramienta muy sólida. Uno de esos hombres fue Probo, con el que se obtuvieron muchas victorias y se perdieron muy pocas batallas. También deberíamos destacar que tal ves sus subordinados fueron buenos oficiales ya que atribuirle el mérito único a un emperador no sería justo.
Caída de Probo y subida al trono del nuevo emperador
Pero el emperador no era del gusto de todos y su popularidad entre la soldadesca fue disminuyendo. Se dice que en gran medida por el hecho de usar a los legionarios como fuerza de trabajo en obras de ingeniería civil. La cuestión es que llegó el día en el que sus subordinados más directos se cansaron de él. Actuaron de la manera más habitual en aquellos convulsos años.
Así pues, en el 282, tras un gobierno podríamos decir que extenso, para los tiempos que eran, Probo murió asesinado. Y ¿a que no sabéis quién le sustituyó? Pues sí, por su prefecto del pretorio. Un hombre llamado Marco Aurelio Numerio Caro. Este asoció rápidamente a sus dos hijos al trono, a Carino y a Numerio.
En el año 283, Caro y su hijo Numerio se pusieron en marcha hacia oriente, para iniciar una campaña contra Persia. Llegados a este punto podemos afirmar que todos los emperadores tenían en mente hacer durante su mandato una campaña contra ellos. Esta ya había sido preparada por su predecesor según dicen las fuentes.
La intención era recuperar los territorios de Mesopotamia que llevaban desde el 260 bajo dominio persa. Los romanos obtuvieron algunas victorias y de nuevo se plantaron ante la capital sasánida, Ctesifonte. La asediaron y la consiguieron tomar. El empuje del emperador hizo que se adentraran más en territorio enemigo.
A emperador muerto, emperador puesto
Pero por desgracia, Caro murió. Las circunstancia de su muerte son extrañas de nuevo. Algunos afirman que un rayo alcanzó su tienda y le mató, aunque otros creen que eso no fue más que una excusa para justificar su fallecimiento. Lo más probable es que muriera o bien por alguna enfermedad o bien asesinado. Fue sucedido por su hijo que tampoco corrió mejor suerte.

Se dice que cuando regresaban de la campaña, sufrió una infección ocular que le acabó costando la vida. Pero no por la infección, sino porqué apareció otro oportunista que se aprovechó de la situación. ¿Y adivináis quién podía ser? Pues sí, el mismo elemento de siempre: el prefecto del pretorio. En este caso de nombre Apro, que parece ser que acabó asesinando a Numerio.
Pero los soldados se olieron la trampa y en lugar de reconocerlo como emperador decidieron elevar al trono a su propio candidato. Un tal Diocles, que pasaría a la posteridad como Diocleciano. En su primer acto público, en noviembre del año 284 se encargó de apuñalar a Apro. Tal vez lo hizo para silenciar algo que no interesaba que se supiera.
Comienzo de una nueva era
Pero el otro hijo de Caro, Carino, todavía estaba vivito y coleando. Tras acabar con un intento de usurpación, plantó cara a Diocleciano. Los ejércitos de ambos candidatos se enfrentaron cerca del río Margo, un afluente del Danubio. Tras una contienda bastante reñida, Diocleciano se hizo con la victoria, iniciando un reinado próspero y longevo. Él fue el emperador que cerró ese complejo y convulso período conocido como el de la anarquía militar.
Como veis, tras la muerte de Aureliano, se vivieron tiempos muy agitados en el imperio. Con la llegada de Diocleciano, la estabilidad que Aureliano había parecido dar al imperio, volvió a hacerse patente. Aunque esa ya es otra historia que mejor dejaré para otro momento.
Dani dice
Inflación, ruina y pestes durante casi 100 años. El Imperio era muy fuerte si aguantó semejante desgaste.