Bienvenidos a una nueva entrada de mi blog. Esta semana he decidido dar continuidad al relato que ya inicié tiempo atrás en el que os hablaba de La República romana tras la muerte de César. Quedó un poco inconcluso y creo que puede ser bueno que conozcáis un poco más detalladamente los siguientes acontecimientos. Quiero profundizar en la figura de su heredero y por ello hoy voy a hablaros sobre el advenimiento de Octavio: de niño a hombre.
Para ello comenzaré por explicaros como estaba la situación en la República tras los últimos movimientos políticos de los que os hablé en la anterior entrada. Os recomiendo leer: La República romana tras la muerte de César. La cuestión era que las relaciones entre Octavio, ya Cayo Julio César Octaviano y Marco Antonio no eran demasiado buenas. El Senado, con Cicerón a la cabeza tampoco las tenía todas y estaba un poco entre dos aguas. El primero tenía el nombre y dinero, el segundo el consulado y la lealtad de gran parte de los partidarios del difunto dictador. También poseía algunas legiones, y eso le hacía ser peligroso.
Clima de tensión
La cuestión fue que Antonio, sabiendo que la situación se podía complicar en cualquier momento, reclamó a la legiones Martia y IV una vez llegaron hasta Brundisium. Quería que estas sirvieran bajo sus órdenes en la más que probable guerra que se avecinaba contra el revoltoso heredero de César. Además, también llegaron dos más procedentes de Macedonia, aquellas que en un inicio juraron vengar la muerte del dictador, la II y la XXXV.

Con ellas, Antonio disponía de un ejército muy superior para enfrentarse a aquel que se había convertido en enemigo público. Pero Antonio no contaba con que los oficiales que formaban parte de esas legiones, conocían más a Octavio que a él. Algunos habían hablado con él en Apolonia y le habían transmitido su lealtad. Realmente esa lealtad era la misma que le tenían a César y no a Antonio, que más bien siempre había sido un segundón a su lado.
Estaba claro que, aunque este último fuera el cónsul legítimo, el joven César era muy generoso con sus donaciones. No solo prometió entregar 500 denarios por enrolarse, sino que añadió la nada despreciable suma de 5000 cuando los legionarios se jubilaran. Esa cantidad equivalía a la suma de 20 años de paga, una cifra nada despreciable.
Reacción desmesurada y consecuencias fatales
Con esa oferta no es de extrañar que cuando Antonio ofreció 100 denarios por seguirle, muchos de ellos le abuchearan. En ese momento no se contuvo y mandó apresar y ajusticiar a los amotinados para castigar ejemplarmente a aquellos que no le apoyaran. Con ese golpe severo pensó que la lealtad de las legiones estaba comprada. Pero estaba equivocado, y es que la severidad y su temperamento le jugaron una mala pasada. En la marcha hacía el norte, los legionarios de la Martia, que iban al frente se declararon abiertamente a favor de César. La IV la siguió de inmediato y desertó de las filas consulares.
Antonio, dándose cuenta del error que había cometido, reaccionó rápido y repartió 500 denarios entre los legionarios de las otras dos legiones. Al menos aquel donativo hizo que la II y la XXXV se mantuvieran leales a su persona. Aunque se sabe que algunos soldados desertaron de manera individual o en pequeños grupos y se unieron a la causa del joven candidato.
Tras un discurso en el Senado y un desfile de tropas, Antonio partió a la Galia Cisalpina con sus dos legiones. Se trataba de la mitad de las que tenía al inicio. Pero fue hábil y sumó otra creada con veteranos del a V Alaudae y una cantidad elevada de auxiliares entre los que estaba la caballería mauritana. Así pues, Antonio pudo reunir con esfuerzo un ejército de unos 15 mil hombres.
El ejército del oven César
Por su parte, César, tan pronto recibió a las dos legiones, repartió los 500 denarios prometidos antes de que dudaran de él. Estas dos legiones estaban al completo y habían entrenado duro los últimos años para ir a Partia. Eran soldados veteranos y curtidos que destacaban por ser excepcionales combatientes. Hablamos pues de unos números muy similares entre ambos ejércitos.
Mientras tanto, los conjurados que habían acabado con el dictador se lo estaban mirando desde la comodidad de sus asientos en el Senado. Puedo llegar a imaginarme una escena en la que Cicerón envía una misiva a Casio y Bruto diciéndoles que estén tranquilos. Mejor observar desde la distancia como aquellos dos se matan y les allanan el camino.
En cualquier caso, sabemos que Cicerón no se quedó quieto. Estos optaron por apoyar a uno de los bandos, y el elegido sería el joven César. Comenzaron a llamarle así en lugar de Octavio, para granjearse su confianza. La República, porque ellos lo eran, aceptaba la ayuda de un joven muchacho de 19 años que tenía un ejército capaz de enfrentarse al verdadero enemigo: Antonio.
Movimientos calculado e inteligente
El propio Cicerón elaboró un discurso para justificar la decisión y alabó al joven César. Hizo inciso en el hecho de que había usado su fortuna personal para levantar un ejército en pro de defender a la Res Pública. Además, ese discurso también alabó a los legionarios de la Martia y a su lealtad. ¿Interés puntual para sacudirse a Antonio? Inteligente Cicerón, para que nos vamos a engañar.
La cuestión fue que el ejército de César era ilegal en toda regla. Al menos sobre el papel, ya que en primer lugar las legiones habían desertado saltándose el mandato y la orden de un cónsul. Y en segundo, porque César carecía de autoridad legal alguna para dirigir tropas. Pero la necesidad apremiaba, y Cicerón instó a los demás a hacer ver que no era una ilegalidad. Para él y sus partidarios, Antonio era un traidor y eso era suficiente para apoyar al muchacho.

Pero pese a la insistencia de Cicerón, el Senado en pleno no consideró oficialmente a Antonio como enemigo público. Seguía siendo cónsul y evidentemente no podían considerarle un enemigo de la República por mucho que el orador insistiera. Así que se optó por enviar a tres miembros para negociar con Antonio. EL resultado fue totalmente infructuoso, ya que este continuaba atacando verbalmente al joven César. De su boca salían sandeces como que no era heredero digno de su tío. O que era un don nadie provincial descendiente de esclavos extranjeros y cosas de ese tipo.
El menos malo de los dos
Cicerón veía ahora a Antonio como un mal peor del que había sido el propio Julio César. Le consideraba más tirano que el dictador y mucho peor gestor, ya que no había hecho nada a la altura de su predecesor. Pero aquí quizás ya había algo más bien de índole personal. Se repetía el mismo juego que en el 49 a. C. Si por aquel entonces Catón y sus aliados se sirvieron de Pompeyo para enfrentarse a César, ahora, Cicerón iba a hacer lo mismo con el joven César en contra de Antonio.
La diferencia era que César tenía 19 años y no tenía experiencia política, así que a priori no supondría una amenaza para sus intereses. Al menos eso era lo que él creía. Lo que sucediera después, quizás le dejara perplejo. Así pues, el 1 de enero del 43 a. c. fueron nombrados dos nuevos cónsules, Hircio y Pansa. Con el final de su consulado, Antonio fue declarado enemigo público de la República. Su mandato había finalizado y no había devuelto el mando de sus legiones, y eso era ya un motivo de peso.
Pero eso no fue todo en ese inicio de año convulso a nivel político, si no que además a César se le otorgó un imperio propretoriano. Este cargo le otorgaba poder para dirigir tropas de manera legítima. Además, también se le concedió el acceso al Senado y se le nombró cuestor. Eso le allanaba el camino hasta las magistraturas superiores diez años antes de lo habitual. Como podéis apreciar, en pocos meses, el joven César había pasado del fracaso de tener que retirarse de Roma a ser parte fundamental del juego.
Inicio de las operaciones
El invierno fue un período de relativa calma. Pocos movimientos, tan solo el asedio de Mutina por parte de las tropas de Antonio, que acorralaron a Bruto y sus leales dentro de la ciudad. Las lealtades estaban poco claras y Cicerón buscó aliados en los gobernadores provinciales de Hispania y las Galias para que Bruto no estuviera solo. Pero en el momento de actuar, pese a decir que eran leales a la República, se mantuvieron al margen.
En Oriente, otro de los asesinos de César, Casio, se hizo con el control de las legiones de Siria. Pero estaban muy lejos para acudir en ayuda de Bruto. Las legiones del joven César era la única opción que le quedaba al conspirador. Así que el muchacho, otrora un don nadie, se puso a las órdenes de los dos cónsules de manera cordial. Y es que ambos habían servido con lealtad a su tío abuelo en su día.

En marzo el ejército consular y los refuerzos de César se pusieron en marcha. Eran cuatro legones, la Martia, la IV, la VII y llegó más tarde la VIII. Pansa se quedó en Roma reclutando más legiones hasta el 19 de marzo que se puso en marcha. Mientras que Hircio y César avanzaron al encuentro de Antonio de inmediato. El objetivo era levantar el asedio de Mutina o al menos romper las líneas y llegar hasta la ciudad. Pero eso era complicado y Antonio les cortó el paso. La segunda semana de abril, las cuatro legiones de Pansa estaban cerca de Mutina, y Antonio tuvo que ingeniárselas para evitar que se unieran a las de Hircio y César.
La batalla de Forum Gallicum
El plan fue escaramucear el campamento de estos últimos para mantenerlos ocupados y emboscar con el grueso de sus fuerzas a Pansa que venía con soldados noveles, recién reclutados. Pero la información se filtró como siempre ocurre, e Hircio envió a la Martia por la noche para reunirse con el ejército de Pansa. Así serían más numerosos y contarían con veteranos para resistir el ataque.
El 14 de abril, las fuerzas chocaron cerca de la ciudad de Forum Gallicum o Gallorum, y la Martia, al frente, buscó la venganza por las ejecuciones de sus oficiales por parte de Antonio en Brundisium. El combate fue largo y terrible y al final la Martia tuvo que replegarse. La batalla acabó en tablas podría decirse. Entonces, Hircio al frente de la Martia y la VII contraatacó mientras los legionarios de Antonio se retiraban sin orden. Los cogió por sorpresa y quebró las filas de la II y la XXXV que sufrieron unas bajas terribles, llegando incluso a perder las águilas en el combate.
Después de aquel varapalo, Antonio siguió con el asedio de Mutina, pero su estrategia pasó a ser claramente defensiva. Al final de la semana los ejércitos se volvieron a enfrentar a gran escala y Antonio volvió a ser derrotado de manera clara. Con la maniobra, consiguieron que Antonio levantara el asedio de Mutina. Pero Hircio pereció durante el asalto. Y al cabo de pocos días, el otro cónsul, Pansa, murió de las heridas sufridas en el primer encuentro.
El favor de los dioses
El cónsul electo para el año siguiente era ni más ni menos que Bruto, pero este no contaba con apoyos suficientes para ocupar el cargo. La mayor parte del ejército disponible era el del joven César y los soldados evidentemente no le tenían simpatía alguna. Al fin y al cabo no dejaba de ser uno de los implicados en el asesinato de Julio César.
La cuestión era que el joven César, tenía no sólo el control de sus propias legiones, sino de las de los dos cónsules que ya no estaban. Eso le otorgaba mucho poder y evidentemente los que lo habían ensalzado ahora temían por sus vidas. Sin darse cuenta lo habían elevado hasta la cúspide del poder.
Cuando la noticia de la victoria llegó al Senado, Cicerón respiró aliviado, aunque todavía no sabía que los dos cónsules se habían quedado en el camino. Fue entonces cuando se proclamó enemigo público a Antonio de manera unánime a la vez que a Bruto y Casio se les reconoció como legítimos comandantes de sus tropas provinciales.
Todo estaba de nuevo descontrolado, o más bien controlado por Cicerón y sus afines. César no se puso jamás a las órdenes de Bruto. Es más cuando se le pidió entregar las legiones a Bruto, los propios soldados se negaron a aceptar esa orden. Cicerón no pudo sino entregarle las legiones de reclutas únicamente para que persiguiera al escurridizo nuevo enemigo público.
¿Qué pasaba con Antonio?
Antonio había logrado huir y lo que hizo fue usar sus contactos e influencias. Eso le permitió poder reunir tres nuevas legiones mediante la intercesión de un antiguo oficial de Julio César, Publio Ventidio Baso. Con esos refuerzos pasó a la Galia Transalpina y allí se hizo fuerte. El Senado instó a los gobernadores de la provincia y de Hispania a que les cortaran el paso. Evidentemente sus ejércitos no lo hicieron ya que habían servido bajo el mando de Julio César en su día. Cedieron sus legiones a Antonio y se unieron a su causa. Eso hizo que el enemigo público contara con un nuevo y poderoso ejército.
Fue entonces cuando el Senado cometió un error al licenciar a las tropas vencedoras en Mutina. Lo hizo tras concederle un triunfo a Bruto y una simple ovación al joven César. Tampoco les concedió lo prometido por el joven César en su día cuando abrazaron su causa. Y es que los senadores no estaban dispuestos a concederle más al joven, al que veían como candidato a ocupar el consulado. Es más, en julio una delegación de oficiales del ejército de César entró en Roma para solicitar el consulado para su líder.
El Senado rechazó todo con la altanería propia de su categoría. Las fuentes dicen que el centurión que encabezaba la embajada, un tal Cornelio, agarró la empuñadura de su espada y vaticinó: “Esto lo hará, si no lo hacéis vosotros”.
El advenimiento de Octavio
Acto seguido se presentaron ante César en la Cisalpina y le exigieron que los condujera a Roma. Con las ocho legiones de nuevo reunidas, se dirigió al sur y cruzó el Rubicón, emulando a su tío abuelo. Ante el miedo, el Senado concedió al joven la opción de presentarse al cargo in absentia. Aunque eso no era suficiente para el poderoso general, que continuó avanzando hacia la capital. Se hizo avisar a dos legiones de África para defender Roma. Pero cuando César llegó a las proximidades de ella, en lugar de plantarle cara, se le unieron.
El victorioso muchacho entró en Roma ante el aplauso y la ovación del pueblo y el 19 de agosto del 43 a. C., y fue elegido cónsul con solo 19 años. Jamás en la historia de Roma, nadie a tan temprana edad había ocupado la magistratura más elevada de la República. Algo tuvieron que ver en todo eso sus legiones que estaban acampadas en el Campo de Marte.
Tras vencer en la votación, imagino que amañada por la presencia de sus soldados, llevó a cabo los rituales sagrados correspondientes. Además, dijo haber visto volar 12 buitres en el cielo. Vamos, lo mismo que Rómulo en su día… Vaya con el joven César… Y lo tomaban por un niñato.
Espero que os haya gustado la entrada de esta semana. Ya os adelanto que aún queda mucho más que explicar sobre este episodio tan importante y crucial de la República romana. Así que manteneos atentos a próximas entregas en las que continuaré con el relato de los hechos.
Mientras tanto, si estáis ansiosos por continuar con el relato de los hechos, os aconsejo que os hagáis con uno de mis libros favoritos que narran muy bien este período del autor Adrian Goldsworthy.
Un saludo cordial,
Carlos Javier Martínez Mendizábal dice
Me gusta mucho el modo que tienes de recopilar los datos para hacer comprensible el discurso de los acontecimientos y las reacciones de los «personajes».
Sergio Alejo dice
Muchas gracias por el comentario y es un placer que te guste mi estilo.
Un saludo,
Sergio
Pello Atxalandabaso Abiega dice
Hola:
Interesante artículo. Tan solo por saber si en algun momento vas a publicar posts sobre la Edad Dorada o de Oro de los Antoninos y sus emperadores, la crisis del siglo iii o las guerras marcomanas? Lo pregunto para leerlos ya que me gusta y me interesa Roma.
Gracias y saludos.
Sergio Alejo dice
Muchas gracias. Algo tengo pensado hacer, aunque no sé en qué momento lo publicaré porqué tengo mucho trabajo en cola. Pero paciencia porque es un tema que a mi también me apasiona y llegado el momento no dudes en que haré algún artículo.
Un saludo,
Sergio